lunes, 25 de octubre de 2010

HOMENAJE FEMINISTA


Homenaje feminista

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ 24/10/2010

EL PAIS - Domingo

María Teresa Fernández de la Vega se habrá equivocado seguramente en muchas ocasiones. Aunque, quizás, no más que el propio presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, o que cualquiera de sus compañeros de gabinete, en estos seis largos y conflictivos años. Ahora que abandona La Moncloa es justo reconocer algo que, en mi opinión, no se ha valorado suficientemente y que ha otorgado a su presencia en el Gobierno, durante todo este tiempo, un valor muy especial. Fernández de la Vega ha sido la constatación cotidiana de que, en España, en el centro de poder político, había mujeres en pie de igualdad con los hombres, algo que hasta entonces no había sido, en absoluto, evidente. Mujeres, además, que prestaban atención a los problemas específicos de esa mitad de la población y que no ocultaban, sino que proclamaban, su condición de feministas, perfectamente compatible con su función de servidoras del Estado.

Fernández de la Vega no ha representado a la portavoz que daba cuenta de lo que hacía el Gobierno, la "cara" transmisora de las decisiones de otros, como había ocurrido en ocasiones anteriores, sino la imagen de alguien que era vicepresidenta primera del Gobierno y que ejercía plenamente, con aciertos y con errores, el poder derivado de ese cargo. Durante seis años los españoles la hemos visto, semana a semana, en el Parlamento, en los Consejos de ministros, como la traducción en la realidad de las teóricas políticas de igualdad.

La vicepresidenta ha encarnado, además, las políticas feministas impulsadas por el Gobierno en su conjunto, el marco general de libertades de las mujeres, que ha sido fortalecido y mejorado en estos últimos años. Jamás ocultó, sino que pregonó, que su voluntad era actuar como vigía en lo más alto del poder político para controlar que esos avances se producían y se mantenían. Con ella, las mujeres podían tener la impresión de que el Gobierno no se limitaba a declaraciones formales de apoyo, sino que realmente estaba interesado en combatir los problemas específicos a que hacen frente las mujeres (desde la violencia de género hasta la desigualdad salarial), no solo en España sino, en la medida de sus posibilidades, en otros puntos del planeta. Suya ha sido la voluntad de imponer visiones de género en la cooperación y en la ayuda internacional que proporciona España, por ejemplo.

Nadie podrá reprocharle que no haya hecho incansablemente honor a ese compromiso. Con María Teresa Fernández de la Vega se notó que había una mujer en lo más alto del poder político y eso es algo que, seis años después, merece al menos el agradecimiento público de quienes estábamos hartas de observar cómo mujeres que alcanzaban cargos de relevancia política o profesional se apresuraban a negar cualquier interés en temas feministas, como si eso fuera garantía de su inteligencia y eficacia y no una simple demostración de falta de coraje o de ignorancia.

Seguramente su etapa ya estaba cumplida y su paso al Consejo de Estado sea una decisión correcta, desde el punto de vista de las necesidades del Gobierno y de ella misma. No debe haber sido fácil moverse en las turbias aguas de la Moncloa, coordinar un gabinete y colaborar con un presidente como Rodríguez Zapatero, muy receptivo a los temas feministas, pero muy empeñado en trabajar pegado a un teléfono móvil, secreto y particular. Se cuentan batallas, encontronazos brutales, unas veces ganados y otras, perdidos; unas veces, razonables y otras, innecesarios, con colegas del gabinete. Si la clase política española no fuera tan poco amiga de la palabra, las memorias de Fernández de la Vega serían un material muy esclarecedor de nuestra historia reciente. Lástima que la literatura política española no se parezca en nada a la rica y apasionante colección de testimonios que nos dejan siempre los inigualables británicos.

Buscar marido

ELVIRA LINDO 24/10/2010

EL PAIS- Domingo

Hay lectores con la escopeta cargada. Recuerdo haber escrito un artículo en el que me atrevía a afirmar que prefería el presente al pasado. ¿A qué pasado? Pues al de hace 40 años, sin ir más lejos. De inmediato, alguno de esos lectores que creen que vivimos la peor de las épocas posible juzgó mi afirmación de un optimismo desconsiderado: "Claro, desde su posición privilegiada...". Uf, qué cansancio. En realidad, cuando hacía esa valoración no estaba pensando en mí. Pensaba en cualquier mujer española que vivió su juventud hace apenas medio siglo. Pensaba en mi madre y al pensar en mi madre pensaba en casi todas las mujeres. Y al pensar en ellas he de reconocer que sí, que de alguna manera pensaba en mí. Prefiero vivir ahora. Prefiero no tener que andar pidiendo dinero, ser libre en mis movimientos, salir al extranjero sin el humillante permiso del marido y no ser considerada como una menor de edad. El machismo sigue ahí, latente, dispuesto a morder desde una columna, el comentario faltón de un político o esa infravaloración de las mujeres que se manifiesta como un tic que se nos escapara, reflejo de lo que hemos sido y aún somos en gran medida. Prefiero esta vida. Hace 40 años yo era la niña que espiaba las conversaciones de las mujeres. Era escuchar aquello de "ssshhh, hay ropa tendida", y ponerme a interpretar a la niña que andaba a lo suyo para que se olvidaran de mí y enterarme del secreto. Hace 40 años escuché hablar en susurros una tarde de verano de la desgracia de una joven amiga de la familia. La había dejado su novio. La había dejado como dejaban antes los novios a las chicas, sin explicaciones. Huyendo. Al cabo de unos meses, había aparecido en unas fiestas del brazo de otra. La chica abandonada debía de tener unos 26 años, pero hablaban de ella como si se pudiera dar su vida por zanjada. Recuerdo haber sentido una gran angustia, por ella, por la chica, a la que conocía y quería y que parecía tan feliz con su futura boda, pero también por todas las mujeres sin marido. A partir de ese momento creí observar que todo el mundo la trataba con una enojosa compasión, con ese cariño excesivo que avisa al enfermo de que se está muriendo. Mi crecimiento y el del propio país me permitieron, nos permitieron, al menos a las chicas de ciudad, que la soltería no fuera una amenaza; otras preocupaciones, la vocación, el trabajo o los amoríos ocuparon el lugar de aquella vieja obsesión por encontrar novio. Solo cuando vi en el cine por primera vez Calle Mayor o La tía Tula, a mi juicio dos películas que demuestran que alguna vez supimos hacer realismo, sentí en la boca el regusto amargo de aquel recuerdo infantil. La mirada anhelante y vulnerable de la solterona interpretada por Betsy Blair o esa sensualidad reprimida a la que Aurora Bautista dio vida arrebatada en "su" tía Tula encarnan la presencia de muchas mujeres reales a las que yo vi defenderse de un mundo que las trataba con guasa y condescendencia. La novelista Jane Austen dedicó su vida a narrar la angustia de la soltería. Por mucho que grandes escritores la despreciaran y consideraran el tema menor, las novelas de Austen son casi un tratado de cómo mujeres inteligentes habían de dedicar gran parte de sus energías a la caza de marido. Algunas incluso acababan siendo felices. Todo esto me venía a la cabeza porque la librera Lola Larumbe puso en mis manos hace unos días un tesoro que nunca sabré cómo agradecerle. Es una novela corta, Un matrimonio de provincias, escrito por una italiana que adoptó el seudónimo de Marquesa Colombi a mediados del XIX. El libro había quedado en el olvido hasta que Italo Calvino y Natalia Ginzburg lo rescataron en 1973. La historia es corriente: una muchacha guapa e inocente fantasea con ser la elegida de un joven gordo y adinerado. Lo extraordinario es cómo está contada. La familia es vulgar; la ciudad, Novara, plúmbea; la única distracción para una chica consiste en sentirse mirada por un hombre. El estilo es tan seco, tan irónico, que convierte esta anécdota mil veces repetida es una historia modernísima, nada retórica y muy audaz. No es para menos. Buscando la biografía de la autora, Anna María Mozzoni, nos encontramos con que fue la primera mujer en escribir en Il Corriere della Sera, se casó vieja para la época (en la treintena) y se acabó separando. Murió en los años veinte, tras haber disfrutado una intensa vida en su madurez y haber padecido el tedio en su juventud de las costumbres provincianas, de esa ciudad desesperante, Novara, en la que los enamorados de clase media (aunque venida a menos) se comunican solo con miradas y los de clase humilde, más desvergonzados, hablan. No hay dulzura, como en las novelas de Austen, no hay dureza como en La tía Tula, ni humor cruel como en La señorita de Trevélez en la que se basó Bardem para hacer su Calle Mayor; aquí solo encontramos vidas aburridas, sin brillo. Y una conclusión seca y aún más asfixiante: buscar marido llena de zozobra el corazón de las muchachas en flor, pero encontrarlo las sumerge en un tedio de espanto hasta la muerte. No hay escapatoria. El único final feliz lo encontró esta lectora cuando al acabar el libro sintió la emoción de haber encontrado una joya inesperada.

Ilógica o lógica machista

La ilógica del poder

25 de Octubre de 2010 | Lucía Etxebarria
ADN

El maltrato animal está peor considerado que la necrofilia" dicen en la excelente película La red social. Y así es, en muchos países. En el nuestro celebramos el Día de la Hispanidad con un onerosísimo desfile militar en el cual, amén de marcarnos una propaganda imperialista que no sé si a nuestros hermanos latinos les gustará, se maltrata a una cabra.

Este año 57 mujeres y cuatro niños han muerto a consecuencia de la violencia machista, y el tema de la conciliación sigue sin resolver. El Ministerio de Igualdad sólo percibía el 0,03% de los Presupuestos Generales. Vamos, que le podíamos haber pegado un tijeretazo a Defensa como han hecho los ingleses y mantener un Ministerio pionero que puso en marcha la Ley Integral de Violencia de Género.

Ya de paso, también podríamos parecernos a los ingleses y a los 191 países en los que están prohibidas las corridas de toros (sólo son legales en nueve). Si no las prohibimos, ¿es mucho pedir al menos que no las subvencione y represente el Ministerio de Cultura? Porque la tortura no es cultura.

Y además ¿cuánto dinero nos va a costar la reformulación del Gobierno? Ahorraremos en ministros/as pero se mantendrán a quienes ostenten las direcciones, subdirecciones, secretarías... y a la basura todo el material fungible timbrado con los Ministerios anteriores, y a pagar los nuevos logos y anagramas.

Se ve que nuestra cordura no está menos a merced del destino que de nuestros políticos

Claro que lo era y lo sigue siendo

22 de Octubre de 2010 | Espido Freire //ADN

Necesario

No me encuentro entre quienes se han alegrado por la desaparición (llamada piadosamente integración) del Ministerio de Igualdad. Sin duda, podía mejorarse su eficacia, y la estrategia de comunicación que ha seguido ha errado en muchas ocasiones, añadiendo más leña al fuego en polémicas que podrían haberse afrontado con mucho más tacto y ganándosela simpatía y la alianza de muchos votantes. Es cierto que poseía un fuerte carácter simbólico, que nacía de una voluntad presidencial demasiado invasiva, y que en un momento como éste, los símbolos son sustituidos por las apremiantes realidades.

Este Ministerio, asediado a críticas justas e injusta (ah, siempre el recelo ante el feminismo), anunciaba que se encaraba un problema importante y al que se daba prioridad: la misma voluntad alentaba el también caído Ministerio de Vivienda. Se comprometían a conseguir una serie de objetivos necesarios. Han fracasado.

Quien diga que la igualdad entre género (la que puede darse: ahorrémonos las obviedades físicas) se ha conseguido, o quien anuncie, como muchos, que el mundo es de las mujeres: quien niegue el aumento de actitudes machistas entre adolescentes, el retroceso fulminante por el paro de la mujer a su casa y sus labores; quien olvide la violencia que, de muchas maneras, se ejerce contra las mujeres, los prejuicios, el techo de cristal, el suelo resbaladizo, que hace que muchas de ellas acentúen la manipulación y actitudes arteras que poco hacen por el resto; quien así actúe no sólo cierra los ojos: es que miente.

lunes, 18 de octubre de 2010




Hola a todas, tras el verano y como ya os había avanzado, retomo el tema del blog de Milytantas. Mi objetivo consiste en alimentarlo de manera habitual, no sólo con artículos interesantes, sino espero ser capaz de aportar tambien mis propias reflexiones, ideas, comentarios capciosos, críticas...

Tambien me gustaria que alguna se animara a enriquecer, aportar, contestar, etc.

Os adjunto un artículo del Pais de ayer, 17 de octubre, la verdad es que no dice nada que no supieramos, pero si el un texto básico que nos puede resultar útil para que otras personas entiendan nuestros planteamientos, para debatir o para incitar a la reflexión.


Besos a todas

Muñecas otra vez

La escritora Natasha Walter se retracta de su teoría anterior: la igualdad de sexos no está lograda. Cuando el papel de las mujeres empieza a ser más relevante en la vida pública, ciertas empresas y expertos apuestan por el determinismo biológico para explicar las diferencias de género

NATASHA WALTER 17/10/2010

Crecí en una familia que, como muchas en los años setenta, estaba bastante de acuerdo con la máxima que enunció elocuentemente Simone de Beauvoir en 1949: "No se nace mujer, se llega a serlo". Por lo tanto, mi madre se negó a comprar Barbies a sus hijas; mi hermana y yo tuvimos un montón de Legos y coches de juguete. La lucha contra los estereotipos de género empezaba en casa. Estaba convencida de que, una generación después, mi hija crecería en un mundo mucho más libre. Daba por hecho que el triunfo de la generación de mi madre había hecho posible que la feminidad se hubiera convertido en una elección en vez de en una trampa. Creía que las niñas serían libres de ser hadas o princesas, del mismo modo que las mujeres adultas podíamos elegir adoptar determinados símbolos de la feminidad que las feministas de los años sesenta habían considerado opresores, como los tacones o el maquillaje.

Pero de pronto descubrí que, casi sin que me hubiera dado cuenta, las puertas se habían cerrado. Lo que se suponía que iba a ser la libertad de elegir algo rosa de vez en cuando parece haberse convertido en la obligación de ahogarse en un océano rosa. Mi hija está creciendo en un mundo que potencia valores medievales, en el que todas las niñas son princesas y los niños, luchadores; en el que todas las niñas llevan hadas y todos los niños, superhéroes en los estuches del colegio. Esta involución no solo afecta a los juguetes, sino que se extiende a las expectativas que se establecen sobre muchos otros aspectos del comportamiento infantil, como la ropa, el lenguaje, el aprendizaje o la manera de pelearse. Y lo que me resulta más extraño es que nadie se cuestiona esta vuelta a los valores tradicionales.

(...) Rosa para las niñas, azul para los niños. Princesas y soldados. Niñas tímidas y niños gruñones. Niñas buenas y niños agresivos. Eso es lo que queremos ver, y eso es lo que vemos. Aunque nuestros hijos no confirmen las expectativas, aunque la princesa pegue un puñetazo y el soldado quiera charlar: los estereotipos nos impiden verlo. Y los prejuicios de los padres a menudo están respaldados por las divisiones de género cada vez más marcadas que las empresas jugueteras aplican a sus campañas de marketing, así que nuestros hijos crecen viendo que las cocinas de juguete que se venden en los grandes almacenes Marks and Spencer llevan una etiqueta que pone "Mamá y Yo", y la de las cajas de herramientas y los taladros de juguete pone "Papá y Yo". En la página web de las farmacias Boots se pueden encontrar todos los maravillosos artículos del Museo de la Ciencia, incluido un juego para mandar mensajes cifrados, pero todos están en la sección de "juguetes para niños". (...) Por supuesto que no es ningún problema el que las niñas sueñen con ser sirenitas de voz dulce o con asistir a un baile con un tutú plateado. Jamás querría privar a las niñas de ese placer, siempre que no todas estén obligadas a soñar lo mismo, siempre que eso no sea lo único que se espera de ellas, y siempre que no se considere que los niños varones se contaminarán si se les ocurre escoger una varita mágica de color rosa. Pero ahora mismo se suele asumir que todos los niños tienen que responder a determinadas expectativas. Por ejemplo, en 2003, Mattel lanzó Ello, un juego de construcción de colores pastel y formas redondeadas para niñas que competía con Lego y Duplo, solo que "específicamente diseñado para niñas". El psicólogo de Mattel, el doctor Michael Shore, explicaba por qué las niñas necesitaban un juego de construcción especial: "La construcción está asociada a patrones masculinos de juego, pero las niñas también tienen determinadas maneras de construir. Las niñas construyen personajes e historias cuando juegan a las muñecas. El sistema de construcción Ello está pensado para estimular los juegos de rol y la creación de historias de las niñas".

Igualmente, aunque siempre ha habido cuentos para niñas y cuentos para niños, en esta generación esa división se ha vuelto aún más marcada. Ahora, en la sección infantil de cualquier librería se ve un montón de estanterías con libros dirigidos exclusivamente a las niñas pequeñas: todos tienen las portadas rosa llenas de purpurina y tratan de hadas y princesas, del ballet y del teatro. Sus argumentos son increíblemente repetitivos, basados siempre en la feminidad de sus pequeñas lectoras.

(...) No estoy diciendo que, en general, no haya diferencias entre lo que prefieren los niños y las niñas, ni que esas diferencias desaparecerían por completo si niños y niñas fueran completamente libres en un mundo totalmente igualitario. Hagan lo que hagan los padres, y por mucho que cambiemos la sociedad, puede que nunca veamos al mismo porcentaje de niños y niñas elegir voluntariamente jugar al fútbol o con muñecas. Pero las expectativas que depositamos en nuestros hijos, en esta generación, no les están permitiendo desarrollar su verdadera individualidad, su verdadera flexibilidad.

Los padres que piensan que sus hijos encajan bien en las divisiones de género tradicionales no suelen sentir la necesidad de preguntarse por qué en las habitaciones de sus hijas todo es de color rosa y en los guardarropas de sus hijos varones se repiten sin tregua el color caqui y el azul marino; no se preguntan por qué en las camisetas de sus hijas pone Princess in training (aprendiz de princesa) y en las de sus hijos 100 per cent lazy (cien por cien vago). Pero otros padres no están nada cómodos con estos entornos rosa y azul tan artificiales y limitados que nuestra cultura construye para sus hijos en función de su sexo.

(...) Las explicaciones biológicas de la diferencia en los juegos y el aprendizaje de niños y niñas se han vuelto ubicuas en el mundo de la educación. Por ejemplo, una especialista en pedagogía que publicó en 2004 un libro sobre la igualdad de género se encontró con que los directores de los colegios afirmaban categóricamente: "Se diría que tiene que haber algo neurológico, puesto que la gente se ha esforzado mucho, como bien sabe, en cambiar las cosas con sus propias hijas, en asegurarse de que jueguen con trenes". Estos profesores creían que se había intentado aplicar la educación no sexista, o la igualdad de oportunidades, y que se había comprobado que no funcionaba. "Simplemente, ya no se hace", dijo una. "Yo antes pensaba que se podía conseguir la igualdad de oportunidades". La misma idea está presente en el trabajo de un popular experto en cuidado infantil, Steve Biddulph, que ha escrito: "Durante treinta años estuvo de moda negar la masculinidad y afirmar que los niños y las niñas, en realidad, eran exactamente iguales. Las últimas investigaciones han servido para confirmar lo que los padres ya intuían, que los chicos son distintos". La causa de esta diferencia, dice, radica en "el poderoso efecto de las hormonas masculinas" y "la vulnerabilidad del cerebro de los niños varones".

Este interés por la biología (la referencia a "algo neurológico" o al "efecto de las hormonas masculinas") como explicación de las diferencias entre niños y niñas hace que mucha gente, lejos de cuestionarse cómo contribuyen los factores sociales a crear esas diferencias y qué se puede hacer para reducirlas, se refugie en el fatalismo ante su naturaleza innata e inevitable. Así que padres y profesores se ven abocados a cerrar los ojos ante la influencia del marketing, del ejemplo familiar o de la presión de los compañeros en el comportamiento de sus hijos. Por el contrario, se nos hace creer que la feminidad y la masculinidad estereotipada que estamos inculcando a los niños es la consecuencia natural de su biología.

(...) Es extraño que haya tanta gente que de pronto ha adoptado sin cuestionarla la idea de que las diferencias se deben a la biología. Ni hemos conseguido crear el mundo igualitario con el que soñaba Simone de Beauvoir ni los niños y niñas han dejado de recibir presiones para adaptarse a los roles tradicionales, así que lo lógico sería que siguiera abierto el debate sobre si las diferencias son innatas, si se deben a factores sociales o bien, lo que parece más probable, consisten en una combinación complicada y cambiante de respuestas innatas y aprendidas. Pero ahora oímos decir constantemente que la cuestión está cerrada, y que la naturaleza ha ganado por goleada.

Se supone que esta moda del determinismo biológico está avalada por los descubrimientos científicos más recientes. Durante los últimos años ha habido una avalancha de estudios sobre las posibles bases biológicas de la diferencia de sexos en todos los campos, desde la psicología a la lingüística o la neurobiología, y los medios han reflejado con entusiasmo todos aquellos cuyas conclusiones respaldan la existencia de causas biológicas.

(...) El nuevo determinismo resultaría bastante inofensivo si no pretendiera nada más que explicar la preferencia por el rosa o el azul. Pero las explicaciones biológicas se usan para reforzar las expectativas del comportamiento infantil, y también adulto, en muchos aspectos. Las mismas creencias acerca de las diferencias genéticas hormonales justifican que se esperen comportamientos persistentemente distintos entre hombres y mujeres tanto en cuestiones insignificantes como en otras cruciales, desde la disposición a tomar una baja por paternidad o maternidad hasta la habilidad para aparcar, desde el deseo de presentarse a las elecciones hasta la capacidad para recordar una discusión.

En los últimos años, ciertos científicos han trasladado a la cultura popular estas explicaciones biológicas de las diferencias entre hombres y mujeres adultos. Simon Baron-Cohen es un respetado investigador, catedrático de psicopatología del desarrollo en la Universidad de Cambridge, cuyo influyente libro La gran diferencia ha fortalecido este tipo de argumentos. En él defiende que las mujeres invierten más esfuerzo en sus relaciones sociales, mientras que a los hombres les interesan los sistemas. Se sirve de anécdotas que juegan con los estereotipos: "Una mujer puede iniciar una conversación con una amiga diciendo, por ejemplo: 'Me encanta tu vestido, tienes que decirme dónde lo compraste. Estás guapísima, te queda fenomenal con el bolso'. Entre dos hombres, la maniobra de apertura sería esta: '¿Cómo estaba el tráfico en la M11? Yo suelo ir por la A1M, por Royston y Baldock se ahorra mucho tiempo, sobre todo ahora que están en obras detrás de Stansted'". Explica estas diferencias en función de los genes y las hormonas: "Todas las pruebas nos conducen en la misma dirección: la sospecha de que la testosterona (especialmente en las fases tempranas del desarrollo) afecta al cerebro y, por tanto, al comportamiento". En general, la tesis de Baron-Cohen es que "el cerebro femenino está configurado para la empatía. El cerebro masculino está predominantemente configurado para la comprensión y construcción de sistemas".

Hay muchos más científicos que, como Baron-Cohen, han trasladado a la cultura popular sus ideas acerca de la necesidad de prestar más atención a los factores biológicos a la hora de discutir las diferencias de género. Por ejemplo, el famoso psicólogo Steven Pinker escribió en su éxito de ventas La tabla rasa que, del mismo modo que las niñas juegan más a las mamás y a adoptar roles sociales y los niños a pelearse, perseguirse y manipular objetos, las mujeres invierten más energía en su vida afectiva y los hombres compiten entre sí recurriendo a la violencia o los logros profesionales. Argumenta que probablemente sea la biología, y no el entorno social, lo que subyace a estas diferencias. Otros autores han pasado también del ámbito académico al comercial con sus escritos sobre el tema, como la neuropsiquiatra Louann Brizendine, en cuyo libro El cerebro femenino se explica que una mujer "suele entender los sentimientos de los demás, mientras que un hombre parece incapaz de detectar una emoción a menos que alguien empiece a llorar o amenace con ejercer algún tipo de violencia física"; o Susan Pinker, psicóloga, que en su libro La paradoja sexual explica que las mujeres abandonen el mundo profesional al llegar a los puestos más altos o que los hombres sean capaces de triunfar contra todo pronóstico en función de sus respectivos niveles de oxitocina y testosterona.

(...) Es digno de notar que esta tendencia a insistir en que la igualdad entre hombres y mujeres está limitada por condicionantes biológicos imposibles de obviar aparece justo en el momento en que las mujeres ocupan un papel cada vez más relevante y variado en la vida pública y los hombres empiezan a animarse a adoptar en los hogares lo que antes se consideraba el papel femenino. (...) Aunque pueda haber pequeñas diferencias generales en la capacidad intelectual y emocional de cada sexo, no tiene sentido afirmar que se trata de certezas que afectan a todos (ni siquiera a casi todos) los hombres y mujeres, pero gran parte del trabajo que se realiza actualmente sobre estas diferencias no nos ofrece nada más que estereotipos, en vez de mostrar la verdadera variabilidad de hombres y mujeres. (...) Para quienes suscriben el discurso del determinismo biológico, el mundo contemporáneo encaja muy bien con las aptitudes innatas de hombres y mujeres. No produce insatisfacción ni frustración, no hay ninguna contradicción entre nuestros deseos y nuestra situación. Todas las desigualdades que vivimos se explican gracias a la distinta configuración genética y hormonal de hombres y mujeres: si las mujeres ganan menos, si los hombres tienen más poder, si las mujeres asumen más trabajo doméstico o si los hombres tienen más reconocimiento social se debe simplemente a que así son las cosas. El determinismo biológico del siglo XXI funciona en este sentido exactamente igual que el del siglo XIX, que advertía a las mujeres que aspiraban al cambio que no estaban hechas para estudiar o esforzarse físicamente.