miércoles, 22 de diciembre de 2010

Impresiones y reflexiones sobre el XXI Feminario de Córdoba

Lo más destacable de este fin de semana, como era de esperar, ha sido la amistad: el afecto, y el buen rollo que ha fluido entre las Milytantas viajeras.

Córdoba (feminismo institucionalizado y académico) no ha resultado tan estimulante intelectualmente como Granada (post…varias cosas entre ellas el feminismo), no me ha inducido a nuevas reflexiones (im)posibles, sino que ha potenciado mi faceta critica a lo establecido y también de decepción por lo posible.

Lamentablemente me siento ajena a los trans/post/bio con bigote de Granada, y al pensamiento flojo y al personalismo de Córdoba; afortunadamente encuentro en mis compañeras Milytantas un espacio cálido y acogedor para la reflexión y el crecimiento.

LAICISMO, RELIGIONES, EDUCACION Y CULTURA

Que me hubiera gustado

La ponente que más me estimuló fue Amelia Valcárcel, su exposición sobre la inevitabilidad del pensamiento religioso abrió un cauce para entender mejor nuestra sociedad y de esta manera, abordar más atinadamente la tan deseada separación del Estado y las iglesias. Lo más admirable es su conocimiento enciclopédico, capaz de englobar una cosmovisión global del tema, su habilidad para enmarca su exposición ofreciendo una explicación coherente de la realidad.

Me hubiera gustado que las ponentes hubieran tenido más tiempo para poder presentar una ponencia con mayor profundidad, que sus reflexiones me hubieran aportado conocimiento sobre la materia y alguna idea novedosa a partir de la que reflexionar, aprender y crecer.

Me hubiera gustado que estas aportaciones nos hubieran servido para reflexionar en grupo, para buscar alternativas de acción para el asociacionismo feminista y para el feminismo institucional, para pensar como sembrar la sociedad de personas a favor de la igualdad y de la separación Iglesia Estado. Por tanto, me horrorizó la proclama anti racional contra las religiones a pesar del discurso de Amelia Valcárcel analizando y explicando la inherencia del pensamiento religioso al ser humano.

Muchas de las exposiciones, que presentaron un marcado cariz partidista, me resultaron bastante descorazonadoras, es una vez y otra más y otra derrumbando mis últimos anhelos emocionales de vinculación a la opción del PSOE, ya que reflexivamente asumo que no es una elección coherente y que debo buscar en otros espacios políticos.

Es algo que me ocurre cada vez más en este tipo de cuestiones. Emerge de mi interior una gran contradicción.

Creo ¿o quiero creer?, que en el Partido Socialista hay mujeres valiosas, honestas y convencidas de que desde la Política, con mayúsculas, es posible introducir cambios importantes para la igualdad, para la vida de las mujeres. Mi trayectoria política emocional me induce a manifestarles mi apoyo, conozco la dureza de su tarea no sólo con la oposición, sino sobre todo con sus propios/as compañeros/as y me duele su soledad en esa misión por no dejar de pensar que están intentando algo muy importante y que a pesar de los pesares sería importante que pudieran contar conmigo. Pero inmediatamente la realidad se empeña en boicotear mis buenos sentimientos: veo grandes personalismos, veo comportamientos incoherentes con las doctrinas, veo profesionales de la política aferradas al sillón y sobre todo, dudo seriamente de si mi impulso contribuiría a perpetuar situaciones sociales de discriminación, al desactivar las críticas más que a transformar la realidad.

Me gustaría (¡de qué manera!) poder decir: compañera, cuenta conmigo, con mi voto, con mi colaboración y con mi empuje para erradicar la ideología patriarcal y las estructuras sociales que la sustentan, en la sociedad, en la cultural, en el Partido socialista...

Pero ciertamente, después de tanto tiempo, sé que mi voto no sería utilizado ni para eso, ni lamentablemente tampoco para trabajar por la justicia social, la redistribución de la riqueza, ni para empoderar a quienes carecen de poder, ni siquiera para promover una mejor comprensión del mundo velado por el consumismo y el individualismo, que permita pensar formas alternativas de vida y de relación.

Cuando las compañeras extremeñas aportaron al debate los datos de cómo la Junta de Extremadura dedica muchos más recursos a la Iglesia católica que a la igualdad (tal y como sucede en la Junta de Castilla La mancha, ambas socialistas), hubiera querido que juntas lamentáramos la situación (reconociendo las grandes barreras a la igualdad que erigen los “compañeros socialistas” y su falta de compromiso para alcanzarla, cuando no su fuerte negativa frente a los logros alcanzados que sólo perciben como amenazas) e indagáramos estrategias en las que enfocar colectivamente nuestra energía feminista para transformar esa situación. Nada similar a lo que pasó en realidad: se ignoró la crítica y por tanto, la posibilidad de intervención para el cambio.

Por último sólo dos puntos más:

Cada vez estoy más convencida de que, para mí no es admisible, teorizar o trabajar por el feminismo (la justicia social, la autoridad femenina, el reconocimiento del trabajo de las mujeres,… la igualdad…) y no transmitir esos mismos valores en el comportamiento cotidiano, en las relaciones con otras personas. Es más valioso filtrar feminismo con los hechos que lanzar consignas desde la tarima.

En Córdoba no oí la voz del interior, del corazón de las mujeres, de los sentimientos, de los afectos, las preocupaciones diarias, los anhelos personales, el papel de ese pensamiento religioso en nuestra identidad. Hubiera estado bien.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Pero no es la única institucion de poder que nos es ajena.



Una imagen que no necesita comentarios. 23 hombres y 3 mujeres.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La Real Academia es cosa de Hombres... pero seguiremos intentando evitarlo.



















Mientras, la RAE será para nosotras una institución que nos es ajena

La Real Academia de la Lengua: Una demostración más de quien tiene el poder y de quien lo aplica, permaneciendo conscientemente ajenos a la justicia social, al valor del trabajo y al merecido reconocimiento.

Un ejemplo claro de cómo funcionan las cuotas, "masculinas", claro está, a la hora de elegir. Piensan en sus iguales, en aquellos con los que han ido al colegio, en sus compañeros de universidad, con quienes que reiteradamente se encuentran en los saraos culturales. Se eligen entre ellos (no es un genérico, es un masculino) y garantizan así, poder seguir haciéndolo por los siglos de los siglos.

En su página web podemos conocer a sus "académicos" (otro masculino), como denuncia Juana Vázquez son 7 mujeres y 1000 hombres. ¡Qué bien, lo siguen llamando genérico, para ocultar que ellos se lo guisan y ellos se lo comen, pero claro está, nosotras lo pagamos con nuestros impuestos.

Significativos nombres de las Letras como Antonio Fernández de Alba, Salvador Gutiérrez Ordóñez, Pedro García Barreno, José Antonio Pascual o Guillermo Rojo que han sido elegidos por sus compañeros por su significativa contribución a las Letras españolas, sin comparación por supuesto, con personalidades de la talla de Rosa Montero, Celia Amorós, Laura Freixas, Olvido García Valdés, Amelia Valcarcel, Alicia Giménez-Bartllet; Ana Rosetti, Belén Gopegui, Mary Nash, María Milagros Rivera Garreta que no cumple el requisito exigido: ser de su grupo de varones.






La Real Academia es cosa de hombres

JUANA VÁZQUEZ 20/11/2010

Hace unas semanas, la Real Academia de la Lengua Española (RAE) hizo de "puente entre el siglo XVII y el XXI poniendo al mejor Cervantes al alcance de la mastondóntica plataforma audiovisual de Google", como informó este periódico. Sin embargo, la RAE, en muchos otros aspectos fundamentales, no ha entrado todavía en el siglo XXI ni ha hecho ese puente entre el pasado, el presente y el futuro.

Solo siete mujeres, frente a más de 1.000 hombres, se han sentado, o se van a sentar próximamente, en uno de los 46 sillones de los que consta la RAE desde su fundación en 1713. La fallecida Carmen Conde (1979) fue la primera mujer académica. Habían tenido que pasar casi tres siglos para que ingresara una fémina en esta docta casa. Le siguieron la también fallecida Elena Quiroga (1983), Ana María Matute (1996), la historiadora Carmen Iglesias (2001), la científica Margarita Salas (2002), y la filóloga Inés Fernández Ordóñez (2008), electa. La escritora Soledad Puértolas (2010), que, previsiblemente, leerá mañana su discurso de ingreso, sobre los personajes secundarios de El Quijote, será la mujer número siete en ingresar en tan venerable institución.

Cada vez que he asistido en estos últimos años a algún discurso de ingreso de un nuevo miembro en la Real Academia Española, este panorama tan anacrónico e incomprensible me ha producido una impresión esperpéntica. En el estrado de tan digna institución, prácticamente solo había hombres, alrededor de una cuarentena, los "sabios académicos", y tan solo tres mujeres: Ana María Matute, Carmen Iglesias y Margarita Salas. Algo insólito en estos tiempos, en que la mujer ha alcanzado, o está a punto de alcanzar -por lo menos en las instituciones públicas- su igualdad con el hombre en todos los tramos del poder. En definitiva, de ser tanto unos como otros, personas sin más etiquetas ni discriminaciones.

Y es que la modernidad no ha llegado todavía a la Real Academia. Y aunque en este periódico se leía hace unas semanas -en el reportaje al que aludí al principio- que "Víctor García de la Concha -su director- es el hombre que ha pilotado el aterrizaje del español en la procelosa revolución digital", no puede decirse lo mismo en cuestión de pilotar la revolución más esencial: la de la igualdad entre hombres y mujeres. Y digo la más esencial, puesto que la desigualdad es escandalosa.

Quizá es que las mujeres "seguimos siendo invisibles", como respondía la académica electa Soledad Puértolas en una de las entrevistas que le hicieron cuando ingresó en la institución, concretamente la que le hizo Emma Rodríguez en El Mundo del 29 de enero de 2010. Ante una pregunta de la entrevistadora refiriéndose a la RAE, Puértolas contestó: "Lo que sucedió en el pasado es comprensible, pero ¿cómo se explica la apabullante inferioridad numérica de mujeres en 2010?". Pues eso.

Al parecer no hay filólogas, ni escritoras, ni investigadoras, ni filósofas o científicas del lenguaje con conocimientos y categoría semejantes a los de los académicos. Será mejor no citar nombres, pero a nadie se le escapa que mientras disfrutan de un sillón algunos que apenas han dejado huella en el noble arte de la palabra, o esta es magra, muchas mujeres sabias no lo alcanzan y algunas ya nunca lo alcanzarán. Se pueden recordar, de entre ellas, a unas cuantas: Pardo Bazán, María Moliner, Rosa Chacel, María Zambrano, Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, etcétera.

En definitiva, esta desconexión de la Real Academia con los tiempos que corren la paga toda la sociedad española, que recibe una proyección de lo humano cercenada. Pues se nos hurta la particular mirada de la mujer sobre la compleja realidad actual, lo que deja a oscuras ciertas zonas de nuestro mundo: cierta sensibilidad, ciertas emociones, ciertas vivencias, ciertas sensaciones, empobreciendo por esta ausencia de lo femenino la labor que lleva a cabo dicha institución. En realidad, esta situación consiste en dejar fuera de la RAE a la mitad de la población, con su mundo y conocimientos particulares.

Para terminar, yo diría que algunos académicos de excelencia, e incluso simplemente con sentido común y conocimiento de la institución donde están integrados y de la sociedad en la que viven -año 2010-, ante esta situación tan desoladora, deberían actuar como parece ser que lo hizo nuestro ilustre escritor Julio Caro Baroja, que después de ver el panorama que ofrecía la Academia por dentro, una vez hecho el discurso de entrada, pidió rápidamente a quien correspondiera que, por favor, se le asignara cuanto antes un día para leer su discurso de salida. Es una anécdota, y eran otros tiempos, pero...

En fin, para ir acomodando la RAE al siglo XXI, propongo que los dos sillones vacantes, que se han de cubrir muy pronto ("Z" de Francisco Ayala, y "e" de Miguel Delibes) lo sean por dos mujeres. Adelanto dos nombres, sabiendo que es arriesgado, pues hay tantas: Clara Janés y Adela Cortina.

Y piénsenlo un poco, señores académicos, aún seguiría rota la mirada de Eva en su institución, por decirlo de forma poética y no con la fría estadística que hace más sangre.

lunes, 25 de octubre de 2010

HOMENAJE FEMINISTA


Homenaje feminista

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ 24/10/2010

EL PAIS - Domingo

María Teresa Fernández de la Vega se habrá equivocado seguramente en muchas ocasiones. Aunque, quizás, no más que el propio presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, o que cualquiera de sus compañeros de gabinete, en estos seis largos y conflictivos años. Ahora que abandona La Moncloa es justo reconocer algo que, en mi opinión, no se ha valorado suficientemente y que ha otorgado a su presencia en el Gobierno, durante todo este tiempo, un valor muy especial. Fernández de la Vega ha sido la constatación cotidiana de que, en España, en el centro de poder político, había mujeres en pie de igualdad con los hombres, algo que hasta entonces no había sido, en absoluto, evidente. Mujeres, además, que prestaban atención a los problemas específicos de esa mitad de la población y que no ocultaban, sino que proclamaban, su condición de feministas, perfectamente compatible con su función de servidoras del Estado.

Fernández de la Vega no ha representado a la portavoz que daba cuenta de lo que hacía el Gobierno, la "cara" transmisora de las decisiones de otros, como había ocurrido en ocasiones anteriores, sino la imagen de alguien que era vicepresidenta primera del Gobierno y que ejercía plenamente, con aciertos y con errores, el poder derivado de ese cargo. Durante seis años los españoles la hemos visto, semana a semana, en el Parlamento, en los Consejos de ministros, como la traducción en la realidad de las teóricas políticas de igualdad.

La vicepresidenta ha encarnado, además, las políticas feministas impulsadas por el Gobierno en su conjunto, el marco general de libertades de las mujeres, que ha sido fortalecido y mejorado en estos últimos años. Jamás ocultó, sino que pregonó, que su voluntad era actuar como vigía en lo más alto del poder político para controlar que esos avances se producían y se mantenían. Con ella, las mujeres podían tener la impresión de que el Gobierno no se limitaba a declaraciones formales de apoyo, sino que realmente estaba interesado en combatir los problemas específicos a que hacen frente las mujeres (desde la violencia de género hasta la desigualdad salarial), no solo en España sino, en la medida de sus posibilidades, en otros puntos del planeta. Suya ha sido la voluntad de imponer visiones de género en la cooperación y en la ayuda internacional que proporciona España, por ejemplo.

Nadie podrá reprocharle que no haya hecho incansablemente honor a ese compromiso. Con María Teresa Fernández de la Vega se notó que había una mujer en lo más alto del poder político y eso es algo que, seis años después, merece al menos el agradecimiento público de quienes estábamos hartas de observar cómo mujeres que alcanzaban cargos de relevancia política o profesional se apresuraban a negar cualquier interés en temas feministas, como si eso fuera garantía de su inteligencia y eficacia y no una simple demostración de falta de coraje o de ignorancia.

Seguramente su etapa ya estaba cumplida y su paso al Consejo de Estado sea una decisión correcta, desde el punto de vista de las necesidades del Gobierno y de ella misma. No debe haber sido fácil moverse en las turbias aguas de la Moncloa, coordinar un gabinete y colaborar con un presidente como Rodríguez Zapatero, muy receptivo a los temas feministas, pero muy empeñado en trabajar pegado a un teléfono móvil, secreto y particular. Se cuentan batallas, encontronazos brutales, unas veces ganados y otras, perdidos; unas veces, razonables y otras, innecesarios, con colegas del gabinete. Si la clase política española no fuera tan poco amiga de la palabra, las memorias de Fernández de la Vega serían un material muy esclarecedor de nuestra historia reciente. Lástima que la literatura política española no se parezca en nada a la rica y apasionante colección de testimonios que nos dejan siempre los inigualables británicos.

Buscar marido

ELVIRA LINDO 24/10/2010

EL PAIS- Domingo

Hay lectores con la escopeta cargada. Recuerdo haber escrito un artículo en el que me atrevía a afirmar que prefería el presente al pasado. ¿A qué pasado? Pues al de hace 40 años, sin ir más lejos. De inmediato, alguno de esos lectores que creen que vivimos la peor de las épocas posible juzgó mi afirmación de un optimismo desconsiderado: "Claro, desde su posición privilegiada...". Uf, qué cansancio. En realidad, cuando hacía esa valoración no estaba pensando en mí. Pensaba en cualquier mujer española que vivió su juventud hace apenas medio siglo. Pensaba en mi madre y al pensar en mi madre pensaba en casi todas las mujeres. Y al pensar en ellas he de reconocer que sí, que de alguna manera pensaba en mí. Prefiero vivir ahora. Prefiero no tener que andar pidiendo dinero, ser libre en mis movimientos, salir al extranjero sin el humillante permiso del marido y no ser considerada como una menor de edad. El machismo sigue ahí, latente, dispuesto a morder desde una columna, el comentario faltón de un político o esa infravaloración de las mujeres que se manifiesta como un tic que se nos escapara, reflejo de lo que hemos sido y aún somos en gran medida. Prefiero esta vida. Hace 40 años yo era la niña que espiaba las conversaciones de las mujeres. Era escuchar aquello de "ssshhh, hay ropa tendida", y ponerme a interpretar a la niña que andaba a lo suyo para que se olvidaran de mí y enterarme del secreto. Hace 40 años escuché hablar en susurros una tarde de verano de la desgracia de una joven amiga de la familia. La había dejado su novio. La había dejado como dejaban antes los novios a las chicas, sin explicaciones. Huyendo. Al cabo de unos meses, había aparecido en unas fiestas del brazo de otra. La chica abandonada debía de tener unos 26 años, pero hablaban de ella como si se pudiera dar su vida por zanjada. Recuerdo haber sentido una gran angustia, por ella, por la chica, a la que conocía y quería y que parecía tan feliz con su futura boda, pero también por todas las mujeres sin marido. A partir de ese momento creí observar que todo el mundo la trataba con una enojosa compasión, con ese cariño excesivo que avisa al enfermo de que se está muriendo. Mi crecimiento y el del propio país me permitieron, nos permitieron, al menos a las chicas de ciudad, que la soltería no fuera una amenaza; otras preocupaciones, la vocación, el trabajo o los amoríos ocuparon el lugar de aquella vieja obsesión por encontrar novio. Solo cuando vi en el cine por primera vez Calle Mayor o La tía Tula, a mi juicio dos películas que demuestran que alguna vez supimos hacer realismo, sentí en la boca el regusto amargo de aquel recuerdo infantil. La mirada anhelante y vulnerable de la solterona interpretada por Betsy Blair o esa sensualidad reprimida a la que Aurora Bautista dio vida arrebatada en "su" tía Tula encarnan la presencia de muchas mujeres reales a las que yo vi defenderse de un mundo que las trataba con guasa y condescendencia. La novelista Jane Austen dedicó su vida a narrar la angustia de la soltería. Por mucho que grandes escritores la despreciaran y consideraran el tema menor, las novelas de Austen son casi un tratado de cómo mujeres inteligentes habían de dedicar gran parte de sus energías a la caza de marido. Algunas incluso acababan siendo felices. Todo esto me venía a la cabeza porque la librera Lola Larumbe puso en mis manos hace unos días un tesoro que nunca sabré cómo agradecerle. Es una novela corta, Un matrimonio de provincias, escrito por una italiana que adoptó el seudónimo de Marquesa Colombi a mediados del XIX. El libro había quedado en el olvido hasta que Italo Calvino y Natalia Ginzburg lo rescataron en 1973. La historia es corriente: una muchacha guapa e inocente fantasea con ser la elegida de un joven gordo y adinerado. Lo extraordinario es cómo está contada. La familia es vulgar; la ciudad, Novara, plúmbea; la única distracción para una chica consiste en sentirse mirada por un hombre. El estilo es tan seco, tan irónico, que convierte esta anécdota mil veces repetida es una historia modernísima, nada retórica y muy audaz. No es para menos. Buscando la biografía de la autora, Anna María Mozzoni, nos encontramos con que fue la primera mujer en escribir en Il Corriere della Sera, se casó vieja para la época (en la treintena) y se acabó separando. Murió en los años veinte, tras haber disfrutado una intensa vida en su madurez y haber padecido el tedio en su juventud de las costumbres provincianas, de esa ciudad desesperante, Novara, en la que los enamorados de clase media (aunque venida a menos) se comunican solo con miradas y los de clase humilde, más desvergonzados, hablan. No hay dulzura, como en las novelas de Austen, no hay dureza como en La tía Tula, ni humor cruel como en La señorita de Trevélez en la que se basó Bardem para hacer su Calle Mayor; aquí solo encontramos vidas aburridas, sin brillo. Y una conclusión seca y aún más asfixiante: buscar marido llena de zozobra el corazón de las muchachas en flor, pero encontrarlo las sumerge en un tedio de espanto hasta la muerte. No hay escapatoria. El único final feliz lo encontró esta lectora cuando al acabar el libro sintió la emoción de haber encontrado una joya inesperada.

Ilógica o lógica machista

La ilógica del poder

25 de Octubre de 2010 | Lucía Etxebarria
ADN

El maltrato animal está peor considerado que la necrofilia" dicen en la excelente película La red social. Y así es, en muchos países. En el nuestro celebramos el Día de la Hispanidad con un onerosísimo desfile militar en el cual, amén de marcarnos una propaganda imperialista que no sé si a nuestros hermanos latinos les gustará, se maltrata a una cabra.

Este año 57 mujeres y cuatro niños han muerto a consecuencia de la violencia machista, y el tema de la conciliación sigue sin resolver. El Ministerio de Igualdad sólo percibía el 0,03% de los Presupuestos Generales. Vamos, que le podíamos haber pegado un tijeretazo a Defensa como han hecho los ingleses y mantener un Ministerio pionero que puso en marcha la Ley Integral de Violencia de Género.

Ya de paso, también podríamos parecernos a los ingleses y a los 191 países en los que están prohibidas las corridas de toros (sólo son legales en nueve). Si no las prohibimos, ¿es mucho pedir al menos que no las subvencione y represente el Ministerio de Cultura? Porque la tortura no es cultura.

Y además ¿cuánto dinero nos va a costar la reformulación del Gobierno? Ahorraremos en ministros/as pero se mantendrán a quienes ostenten las direcciones, subdirecciones, secretarías... y a la basura todo el material fungible timbrado con los Ministerios anteriores, y a pagar los nuevos logos y anagramas.

Se ve que nuestra cordura no está menos a merced del destino que de nuestros políticos

Claro que lo era y lo sigue siendo

22 de Octubre de 2010 | Espido Freire //ADN

Necesario

No me encuentro entre quienes se han alegrado por la desaparición (llamada piadosamente integración) del Ministerio de Igualdad. Sin duda, podía mejorarse su eficacia, y la estrategia de comunicación que ha seguido ha errado en muchas ocasiones, añadiendo más leña al fuego en polémicas que podrían haberse afrontado con mucho más tacto y ganándosela simpatía y la alianza de muchos votantes. Es cierto que poseía un fuerte carácter simbólico, que nacía de una voluntad presidencial demasiado invasiva, y que en un momento como éste, los símbolos son sustituidos por las apremiantes realidades.

Este Ministerio, asediado a críticas justas e injusta (ah, siempre el recelo ante el feminismo), anunciaba que se encaraba un problema importante y al que se daba prioridad: la misma voluntad alentaba el también caído Ministerio de Vivienda. Se comprometían a conseguir una serie de objetivos necesarios. Han fracasado.

Quien diga que la igualdad entre género (la que puede darse: ahorrémonos las obviedades físicas) se ha conseguido, o quien anuncie, como muchos, que el mundo es de las mujeres: quien niegue el aumento de actitudes machistas entre adolescentes, el retroceso fulminante por el paro de la mujer a su casa y sus labores; quien olvide la violencia que, de muchas maneras, se ejerce contra las mujeres, los prejuicios, el techo de cristal, el suelo resbaladizo, que hace que muchas de ellas acentúen la manipulación y actitudes arteras que poco hacen por el resto; quien así actúe no sólo cierra los ojos: es que miente.

lunes, 18 de octubre de 2010




Hola a todas, tras el verano y como ya os había avanzado, retomo el tema del blog de Milytantas. Mi objetivo consiste en alimentarlo de manera habitual, no sólo con artículos interesantes, sino espero ser capaz de aportar tambien mis propias reflexiones, ideas, comentarios capciosos, críticas...

Tambien me gustaria que alguna se animara a enriquecer, aportar, contestar, etc.

Os adjunto un artículo del Pais de ayer, 17 de octubre, la verdad es que no dice nada que no supieramos, pero si el un texto básico que nos puede resultar útil para que otras personas entiendan nuestros planteamientos, para debatir o para incitar a la reflexión.


Besos a todas

Muñecas otra vez

La escritora Natasha Walter se retracta de su teoría anterior: la igualdad de sexos no está lograda. Cuando el papel de las mujeres empieza a ser más relevante en la vida pública, ciertas empresas y expertos apuestan por el determinismo biológico para explicar las diferencias de género

NATASHA WALTER 17/10/2010

Crecí en una familia que, como muchas en los años setenta, estaba bastante de acuerdo con la máxima que enunció elocuentemente Simone de Beauvoir en 1949: "No se nace mujer, se llega a serlo". Por lo tanto, mi madre se negó a comprar Barbies a sus hijas; mi hermana y yo tuvimos un montón de Legos y coches de juguete. La lucha contra los estereotipos de género empezaba en casa. Estaba convencida de que, una generación después, mi hija crecería en un mundo mucho más libre. Daba por hecho que el triunfo de la generación de mi madre había hecho posible que la feminidad se hubiera convertido en una elección en vez de en una trampa. Creía que las niñas serían libres de ser hadas o princesas, del mismo modo que las mujeres adultas podíamos elegir adoptar determinados símbolos de la feminidad que las feministas de los años sesenta habían considerado opresores, como los tacones o el maquillaje.

Pero de pronto descubrí que, casi sin que me hubiera dado cuenta, las puertas se habían cerrado. Lo que se suponía que iba a ser la libertad de elegir algo rosa de vez en cuando parece haberse convertido en la obligación de ahogarse en un océano rosa. Mi hija está creciendo en un mundo que potencia valores medievales, en el que todas las niñas son princesas y los niños, luchadores; en el que todas las niñas llevan hadas y todos los niños, superhéroes en los estuches del colegio. Esta involución no solo afecta a los juguetes, sino que se extiende a las expectativas que se establecen sobre muchos otros aspectos del comportamiento infantil, como la ropa, el lenguaje, el aprendizaje o la manera de pelearse. Y lo que me resulta más extraño es que nadie se cuestiona esta vuelta a los valores tradicionales.

(...) Rosa para las niñas, azul para los niños. Princesas y soldados. Niñas tímidas y niños gruñones. Niñas buenas y niños agresivos. Eso es lo que queremos ver, y eso es lo que vemos. Aunque nuestros hijos no confirmen las expectativas, aunque la princesa pegue un puñetazo y el soldado quiera charlar: los estereotipos nos impiden verlo. Y los prejuicios de los padres a menudo están respaldados por las divisiones de género cada vez más marcadas que las empresas jugueteras aplican a sus campañas de marketing, así que nuestros hijos crecen viendo que las cocinas de juguete que se venden en los grandes almacenes Marks and Spencer llevan una etiqueta que pone "Mamá y Yo", y la de las cajas de herramientas y los taladros de juguete pone "Papá y Yo". En la página web de las farmacias Boots se pueden encontrar todos los maravillosos artículos del Museo de la Ciencia, incluido un juego para mandar mensajes cifrados, pero todos están en la sección de "juguetes para niños". (...) Por supuesto que no es ningún problema el que las niñas sueñen con ser sirenitas de voz dulce o con asistir a un baile con un tutú plateado. Jamás querría privar a las niñas de ese placer, siempre que no todas estén obligadas a soñar lo mismo, siempre que eso no sea lo único que se espera de ellas, y siempre que no se considere que los niños varones se contaminarán si se les ocurre escoger una varita mágica de color rosa. Pero ahora mismo se suele asumir que todos los niños tienen que responder a determinadas expectativas. Por ejemplo, en 2003, Mattel lanzó Ello, un juego de construcción de colores pastel y formas redondeadas para niñas que competía con Lego y Duplo, solo que "específicamente diseñado para niñas". El psicólogo de Mattel, el doctor Michael Shore, explicaba por qué las niñas necesitaban un juego de construcción especial: "La construcción está asociada a patrones masculinos de juego, pero las niñas también tienen determinadas maneras de construir. Las niñas construyen personajes e historias cuando juegan a las muñecas. El sistema de construcción Ello está pensado para estimular los juegos de rol y la creación de historias de las niñas".

Igualmente, aunque siempre ha habido cuentos para niñas y cuentos para niños, en esta generación esa división se ha vuelto aún más marcada. Ahora, en la sección infantil de cualquier librería se ve un montón de estanterías con libros dirigidos exclusivamente a las niñas pequeñas: todos tienen las portadas rosa llenas de purpurina y tratan de hadas y princesas, del ballet y del teatro. Sus argumentos son increíblemente repetitivos, basados siempre en la feminidad de sus pequeñas lectoras.

(...) No estoy diciendo que, en general, no haya diferencias entre lo que prefieren los niños y las niñas, ni que esas diferencias desaparecerían por completo si niños y niñas fueran completamente libres en un mundo totalmente igualitario. Hagan lo que hagan los padres, y por mucho que cambiemos la sociedad, puede que nunca veamos al mismo porcentaje de niños y niñas elegir voluntariamente jugar al fútbol o con muñecas. Pero las expectativas que depositamos en nuestros hijos, en esta generación, no les están permitiendo desarrollar su verdadera individualidad, su verdadera flexibilidad.

Los padres que piensan que sus hijos encajan bien en las divisiones de género tradicionales no suelen sentir la necesidad de preguntarse por qué en las habitaciones de sus hijas todo es de color rosa y en los guardarropas de sus hijos varones se repiten sin tregua el color caqui y el azul marino; no se preguntan por qué en las camisetas de sus hijas pone Princess in training (aprendiz de princesa) y en las de sus hijos 100 per cent lazy (cien por cien vago). Pero otros padres no están nada cómodos con estos entornos rosa y azul tan artificiales y limitados que nuestra cultura construye para sus hijos en función de su sexo.

(...) Las explicaciones biológicas de la diferencia en los juegos y el aprendizaje de niños y niñas se han vuelto ubicuas en el mundo de la educación. Por ejemplo, una especialista en pedagogía que publicó en 2004 un libro sobre la igualdad de género se encontró con que los directores de los colegios afirmaban categóricamente: "Se diría que tiene que haber algo neurológico, puesto que la gente se ha esforzado mucho, como bien sabe, en cambiar las cosas con sus propias hijas, en asegurarse de que jueguen con trenes". Estos profesores creían que se había intentado aplicar la educación no sexista, o la igualdad de oportunidades, y que se había comprobado que no funcionaba. "Simplemente, ya no se hace", dijo una. "Yo antes pensaba que se podía conseguir la igualdad de oportunidades". La misma idea está presente en el trabajo de un popular experto en cuidado infantil, Steve Biddulph, que ha escrito: "Durante treinta años estuvo de moda negar la masculinidad y afirmar que los niños y las niñas, en realidad, eran exactamente iguales. Las últimas investigaciones han servido para confirmar lo que los padres ya intuían, que los chicos son distintos". La causa de esta diferencia, dice, radica en "el poderoso efecto de las hormonas masculinas" y "la vulnerabilidad del cerebro de los niños varones".

Este interés por la biología (la referencia a "algo neurológico" o al "efecto de las hormonas masculinas") como explicación de las diferencias entre niños y niñas hace que mucha gente, lejos de cuestionarse cómo contribuyen los factores sociales a crear esas diferencias y qué se puede hacer para reducirlas, se refugie en el fatalismo ante su naturaleza innata e inevitable. Así que padres y profesores se ven abocados a cerrar los ojos ante la influencia del marketing, del ejemplo familiar o de la presión de los compañeros en el comportamiento de sus hijos. Por el contrario, se nos hace creer que la feminidad y la masculinidad estereotipada que estamos inculcando a los niños es la consecuencia natural de su biología.

(...) Es extraño que haya tanta gente que de pronto ha adoptado sin cuestionarla la idea de que las diferencias se deben a la biología. Ni hemos conseguido crear el mundo igualitario con el que soñaba Simone de Beauvoir ni los niños y niñas han dejado de recibir presiones para adaptarse a los roles tradicionales, así que lo lógico sería que siguiera abierto el debate sobre si las diferencias son innatas, si se deben a factores sociales o bien, lo que parece más probable, consisten en una combinación complicada y cambiante de respuestas innatas y aprendidas. Pero ahora oímos decir constantemente que la cuestión está cerrada, y que la naturaleza ha ganado por goleada.

Se supone que esta moda del determinismo biológico está avalada por los descubrimientos científicos más recientes. Durante los últimos años ha habido una avalancha de estudios sobre las posibles bases biológicas de la diferencia de sexos en todos los campos, desde la psicología a la lingüística o la neurobiología, y los medios han reflejado con entusiasmo todos aquellos cuyas conclusiones respaldan la existencia de causas biológicas.

(...) El nuevo determinismo resultaría bastante inofensivo si no pretendiera nada más que explicar la preferencia por el rosa o el azul. Pero las explicaciones biológicas se usan para reforzar las expectativas del comportamiento infantil, y también adulto, en muchos aspectos. Las mismas creencias acerca de las diferencias genéticas hormonales justifican que se esperen comportamientos persistentemente distintos entre hombres y mujeres tanto en cuestiones insignificantes como en otras cruciales, desde la disposición a tomar una baja por paternidad o maternidad hasta la habilidad para aparcar, desde el deseo de presentarse a las elecciones hasta la capacidad para recordar una discusión.

En los últimos años, ciertos científicos han trasladado a la cultura popular estas explicaciones biológicas de las diferencias entre hombres y mujeres adultos. Simon Baron-Cohen es un respetado investigador, catedrático de psicopatología del desarrollo en la Universidad de Cambridge, cuyo influyente libro La gran diferencia ha fortalecido este tipo de argumentos. En él defiende que las mujeres invierten más esfuerzo en sus relaciones sociales, mientras que a los hombres les interesan los sistemas. Se sirve de anécdotas que juegan con los estereotipos: "Una mujer puede iniciar una conversación con una amiga diciendo, por ejemplo: 'Me encanta tu vestido, tienes que decirme dónde lo compraste. Estás guapísima, te queda fenomenal con el bolso'. Entre dos hombres, la maniobra de apertura sería esta: '¿Cómo estaba el tráfico en la M11? Yo suelo ir por la A1M, por Royston y Baldock se ahorra mucho tiempo, sobre todo ahora que están en obras detrás de Stansted'". Explica estas diferencias en función de los genes y las hormonas: "Todas las pruebas nos conducen en la misma dirección: la sospecha de que la testosterona (especialmente en las fases tempranas del desarrollo) afecta al cerebro y, por tanto, al comportamiento". En general, la tesis de Baron-Cohen es que "el cerebro femenino está configurado para la empatía. El cerebro masculino está predominantemente configurado para la comprensión y construcción de sistemas".

Hay muchos más científicos que, como Baron-Cohen, han trasladado a la cultura popular sus ideas acerca de la necesidad de prestar más atención a los factores biológicos a la hora de discutir las diferencias de género. Por ejemplo, el famoso psicólogo Steven Pinker escribió en su éxito de ventas La tabla rasa que, del mismo modo que las niñas juegan más a las mamás y a adoptar roles sociales y los niños a pelearse, perseguirse y manipular objetos, las mujeres invierten más energía en su vida afectiva y los hombres compiten entre sí recurriendo a la violencia o los logros profesionales. Argumenta que probablemente sea la biología, y no el entorno social, lo que subyace a estas diferencias. Otros autores han pasado también del ámbito académico al comercial con sus escritos sobre el tema, como la neuropsiquiatra Louann Brizendine, en cuyo libro El cerebro femenino se explica que una mujer "suele entender los sentimientos de los demás, mientras que un hombre parece incapaz de detectar una emoción a menos que alguien empiece a llorar o amenace con ejercer algún tipo de violencia física"; o Susan Pinker, psicóloga, que en su libro La paradoja sexual explica que las mujeres abandonen el mundo profesional al llegar a los puestos más altos o que los hombres sean capaces de triunfar contra todo pronóstico en función de sus respectivos niveles de oxitocina y testosterona.

(...) Es digno de notar que esta tendencia a insistir en que la igualdad entre hombres y mujeres está limitada por condicionantes biológicos imposibles de obviar aparece justo en el momento en que las mujeres ocupan un papel cada vez más relevante y variado en la vida pública y los hombres empiezan a animarse a adoptar en los hogares lo que antes se consideraba el papel femenino. (...) Aunque pueda haber pequeñas diferencias generales en la capacidad intelectual y emocional de cada sexo, no tiene sentido afirmar que se trata de certezas que afectan a todos (ni siquiera a casi todos) los hombres y mujeres, pero gran parte del trabajo que se realiza actualmente sobre estas diferencias no nos ofrece nada más que estereotipos, en vez de mostrar la verdadera variabilidad de hombres y mujeres. (...) Para quienes suscriben el discurso del determinismo biológico, el mundo contemporáneo encaja muy bien con las aptitudes innatas de hombres y mujeres. No produce insatisfacción ni frustración, no hay ninguna contradicción entre nuestros deseos y nuestra situación. Todas las desigualdades que vivimos se explican gracias a la distinta configuración genética y hormonal de hombres y mujeres: si las mujeres ganan menos, si los hombres tienen más poder, si las mujeres asumen más trabajo doméstico o si los hombres tienen más reconocimiento social se debe simplemente a que así son las cosas. El determinismo biológico del siglo XXI funciona en este sentido exactamente igual que el del siglo XIX, que advertía a las mujeres que aspiraban al cambio que no estaban hechas para estudiar o esforzarse físicamente.

miércoles, 9 de junio de 2010

miércoles, 2 de junio de 2010

Custodia con partida

MIGUEL LORENTE ACOSTA 31/05/2010

¿Qué prefiere, la paz o la guerra?, ¿el bien o el mal?... Los planteamientos generales y abstractos suelen quedar bien como materia de reflexión, pero pueden conducir a una respuesta errónea respecto a la realidad que abarcan al obviar los elementos que la configuran, y, con frecuencia, a justificar conductas en sentido contrario. Así, bajo los argumentos anteriores hay quien ha utilizado la guerra para buscar la paz pretendida o quien ha recurrido a acciones injustas o ilegales para conseguir un bien teórico.

La custodia compartida es la solución idónea para que las parejas separadas puedan mantener una relación más fluida y cercana con sus hijos e hijas, no hay duda. El problema no está en el concepto, sino en cómo se aplica y cómo se materializa en la práctica, y en ver si esa decisión supone un beneficio para los menores o una ventaja para alguno de los progenitores. Una ruptura de pareja ya implica un conflicto previo que puede reducirse, mantenerse o agravarse a raíz de la separación, y parte de esa continuidad o prolongación con frecuencia gira alrededor de los elementos comunes que persisten tras la distancia. Si un padre y una madre no se ponen de acuerdo sobre la custodia de "lo que más quieren", mal asunto; achacar que esa falta de entendimiento se debe sistemáticamente a las mujeres vuelve a ser una atribución causal interesada, como lo hacen cuando hablan del síndrome de alienación parental (SAP) y de las interferencias de las madres, además de no ajustarse a la realidad.

Las encuestas que se han hecho muestran cómo las mujeres están más a favor de la custodia compartida que los hombres (92,1% frente al 87,9%), e indican que el conflicto sobre la custodia se reduce a un porcentaje mínimo de casos, puesto que la mayoría de las separaciones se resuelven de manera amistosa en lo que se refiere a la custodia de los menores, bien sea por medio de la fórmula de compartir la custodia o bien que ésta quede a cargo de uno de los progenitores de mutuo acuerdo. Es cierto que suele ser la madre, pero tal y como muestran las resoluciones judiciales, no se les otorga a ellas por ser mujeres, sino porque así lo deciden los cónyuges o porque se demuestra que son quienes han estado a cargo del cuidado de los hijos e hijas, renunciando a sus trabajos (más del 94% de las personas que piden una excedencia, abandonan el trabajo o solicitan una jornada reducida por cuidados familiares son mujeres) y a su tiempo libre.

La custodia compartida es más idílica que idónea, y difícilmente será eficaz sin la voluntad del padre y la madre. Cualquier decisión en contra de esta realidad se parecerá más a una decisión salomónica que justa, y conllevará el sacrificio equitativo de los hijos e hijas para satisfacer a quien impone un reparto similar, que nada tiene que ver con la igualdad. La igualdad, como ninguno de los Derechos Humanos, no se impone por decreto; se puede regular y proteger, pero no imponer, lo mismo que la paternidad y la maternidad, que deben exigirse sobre su ejercicio basado en el cuidado y en los afectos, más allá de la referencia biológica.

Esa es la verdadera reivindicación que deben hacer los hombres, como ya la han hecho muchos de ellos que ejercen la paternidad con responsabilidad antes de la separación. Reivindicar la custodia compartida como forma de reclamar la paternidad es un error, deben cambiar el orden y ejercer la paternidad para luego obtener la custodia compartida en caso de ruptura, algo que será consecuente con su comportamiento previo y que contará con el consenso de sus parejas, tal y como se observa en la mayoría de las separaciones. Lo contrario genera dudas y hasta sospechas. Unas dudas que aumentan cuando se presenta una situación puntual como si se tratara de lo general (la mayoría de las decisiones sobre la custodia se deciden de mutuo acuerdo), y cuando son las asociaciones de hombres más críticas con la igualdad las que la reclaman, paradójicamente, en nombre de la igualdad.

No deja de ser curioso que las mismas asociaciones que hablan de denuncias falsas como algo habitual, de la existencia del síndrome de alienación parental, de la violencia de las mujeres hacia los hombres en proporción similar a la que ellos ejercen sobre ellas, o que presentan la Ley Integral o las medidas que promocionan la igualdad como un ataque a los hombres, sean las que exigen la imposición de la custodia compartida. Ante esta situación la pregunta es sencilla, ¿si se ha demostrado que las denuncias falsas, el SAP, la violencia de las mujeres y las críticas a la Igualdad no son ciertas en los términos que ellos las presentan, por qué va a ser cierto su planteamiento sobre la custodia compartida?

Hay quienes están jugando una partida con la custodia, y para ello muestran unas cartas manipuladas que hablan de igualdad, al tiempo que esconden otras bajo manga para evitar que se reflexione y que se encuentren soluciones a los problemas verdaderos que hay detrás de todas estas situaciones. Nadie los niega, pero la solución ha de ser compartida, no impuesta.

domingo, 30 de mayo de 2010

¡GRACIAS GEMMA! por El ladrillo y el burdel



GEMMA LIENAS 29/05/2010

Últimamente, he dado algunas conferencias a estudiantes de secundaria. En los centros de las zonas menos ricas, ya fuera en pequeños pueblos perdidos en la sierra de Grazalema, poblaciones grandes a orillas del Mediterráneo o suburbios deprimidos de las grandes ciudades, me ha sorprendido la unanimidad del profesorado al analizar la deserción de alumnos, mayoritariamente chicos, aunque también algunas chicas, antes de terminar los estudios obligatorios. ¿La razón? En esta sociedad que hemos construido, la formación académica carece de prestigio y de interés. Lo que motiva a una gran mayoría de jóvenes, dice el profesorado (y a un alto porcentaje de adultos y adultas, añado yo), es el dinero, por lo que parte del alumnado está dispuesto a abandonar los libros a cambio de unos ingresos altos, fáciles y rápidos.

Así, durante los años en que España fue hinchando la burbuja inmobiliaria, muchos estudiantes tiraban la toalla casi sin haber cumplido la edad legal para trabajar y se metían a albañiles. Con salarios cercanos a los 3.000 euros mensuales -dicen sus profesores-, vivían una vida que no les correspondía. Se creían poderosos, cuando sólo eran ignorantes y pretenciosos. Como España.

Finalmente, la burbuja inmobiliaria nos explotó en plena cara. Y España tuvo que apearse del espejismo. Los jóvenes obreros sin formación, también: no tenían trabajo, estaban endeudados porque se habían comprado coches caros y, aparte de poner ladrillos, no sabían hacer nada. Han tenido que apretarse el cinturón. Como España, con deudas y gastos cuantiosos, y sin embargo, con las arcas vacías. Las municipales lo están, sobre todo, porque el negocio de la construcción se ha ido al garete.

Entonces, el país piensa que debe centrarse en una nueva fórmula de crecimiento. La innovación, dicen quienes ven en esta receta una solidez y estabilidad que no tenía el modelo del ladrillo a troche y moche.

Lo malo es que muchos de nuestros jóvenes parados no pueden dedicarse a innovar ni a prácticamente nada si antes no se reciclan y vuelven a ponerse a estudiar seriamente. Pero ¿y las arcas municipales? ¿Cómo vamos a llenarlas, mientras la innovación no sea una realidad?

Al alcalde de Capmany (Alt Empordà) se le ocurrió la solución hace ya algunos meses: poner un burdel en el municipio. Dijo el alcalde: "Un prostíbulo es más rentable que un hotel". Y yo supongo que, para que a otras localidades les resultara provechoso, la cantidad de lupanares debería ser proporcional al número de habitantes.

Ahora TVE se ha apuntado a la idea de que la solución económica en España pasa por potenciar "el oficio más viejo del mundo", o sea, la prostitución. Así, el 11 de mayo la cadena pública española emitió un lamentable reportaje titulado Burdeles, SA, en el que presentaba la industria del sexo como una de las más prósperas del país, capaz de crear muchos puestos de trabajo y de generar mucha riqueza.

Me digo que, quizás, si esa idea de crecimiento económico a través de la implantación de burdeles prospera, dentro de un tiempo me contarán en los institutos que las chicas abandonan los estudios para meterse a putas. ¿Se escandalizan? No sé por qué; algunos alcaldes españoles y nuestra televisión pública lo ven bien.

También lo ven bien algunas de las personas entrevistadas en el programa. Niegan que su pueblo pueda ser reconocido como el de las putas porque, dicen, "del pueblo no hay ninguna".

Y usted, ¿es de los que consideran que la prostitución es oportuna solo si la ejercen las inmigrantes? ¿Reaccionaría favorablemente si su hija le dijera que abandona los estudios para meterse a puta porque quiere ganar dinero rápido?

Afortunadamente, una serie de asociaciones de mujeres no comparten la visión del reportaje Burdeles, SA, ya que consideran que la prostitución es un atentado contra los derechos humanos. Por ello, han mandado una carta al presidente de la corporación de RTVE protestando por la emisión de ese programa. Estaría bien que más voces se sumaran a la protesta.

sábado, 15 de mayo de 2010

Declaración en contra del uso clínico y legal del llamado Síndrome de Alienación Parental

La Asociación Española de Neuropsiquiatría hace una declaración en contra del uso clínico y legal del llamado Síndrome de Alienación Parental

Miércoles, 13 de mayo del 2010 / NACIONAL

En los últimos años en España, lo mismo que en otros países de nuestro entorno, se ha ido infiltrando en las sentencias judiciales bajo la supuesta rúbrica científica del SAP argumentos para cambios de custodia u otras acciones legales de enorme repercusión para el niño y la familia; argumentos sin embargo no aceptados por una amplia mayoría de profesionales de salud mental.

http://www.aen.es/noticias/366-noticias-breves/246-declaracion-de-la-aen-contra-el-uso-clinico-y-legal-del-llamado-sindrome-de-alienacion-parental-sap-2104-2010

martes, 11 de mayo de 2010

Caperucita Roja y Bibiana feroz



Laura Freixas. La Vanguardia.

Qué jaleo es este, el que se ha armado a propósito del supuesto intento de Bibiana Aído de "meter cuchara" (una articulista dixit)en los cuentos infantiles de toda la vida? Para empezar, ¿qué ha ocurrido? Los hechos son estos: el Ministerio de Igualdad ha firmado un convenio con la Federación de Enseñanza de UGT para fomentar la igualdad en las aulas; y en él se afirma: "Los cuentos infantiles están llenos de estereotipos. Casi todas las historias colocan a las mujeres en una situación pasiva, en la que el protagonista, generalmente masculino, tiene que salvarla". En cuanto a Bibiana Aído en persona, no ha dicho nada. Lo que no obsta para que se la haya acusado de todo: de "achicar los espacios del pensamiento", "emplear las tijeras de podar en la literatura infantil", "habitar un mundo desolado de relativismo y deconstrucción" (sic)y hasta de "no entender Blancanieves"...

Amí, en todo este revuelo, me molestan tres cosas que, más allá de este caso concreto, se están volviendo norma general. Una, que se califique de censura ("piquete moralista", ha escrito alguien) lo que no es más que sentido crítico, el intento de hacer que la gente piense en vez de tragarse sin más lo que le echen, sean cuentos infantiles u otra cosa. Dos, la idea subyacente de que de un lado está - cual inocente Caperucita-el sentido común, o la naturaleza de las cosas, o la tradición o la calidad o la libertad de los lectores, y del otro, sólo del otro, como el Lobo Feroz, la ideología. Como si los cuentos infantiles - o el canon occidental, o la publicidad, o la lengua española-fueran indiscutibles e invariables, como si en su gestación o fijación no hubiera intervenido nadie; como si no contuvieran, en fin, ninguna ideología. Y la tercera: basta que la ministra de Igualdad abra la boca (o no la abra siquiera, como en este caso), para que la despedace una jauría de columnistas y tertulianos, izquierdas y derechas confundidas. Pero quizá lo que más me duele es el ahínco con que algunas mujeres que escriben en la prensa han aprovechado la oportunidad para hacer algo que hacen regularmente: renegar tres veces, en voz alta y clara, del feminismo y de las feministas. Hacen bien: no olvidan que son hombres, poco proclives en general al feminismo, los que pagan y mandan, y que su silla nunca está lo bastante segura.

www. laurafreixas. com

viernes, 7 de mayo de 2010

¿Juergas o violencia sexual en Meco?

Viernes, 30 de abril de 2010 / Ana Mañeru. Ameco Press.

Madrid, 30 abr. 10. AmecoPress.- Muy temprano, una amiga con la cara demudada me enseñó el titular del periódico “20 minutos”, que informaba sobre la violencia sexual ejercida por funcionarios contra reclusas de la cárcel de mujeres de Meco. A mediodía, escuché cómo le preguntaban en la cadena SER al Ministro del Interior, sobre este asunto y cómo él esquivaba la pregunta y la dejaba sin responder.

Por la tarde, comprobé en el ordenador que Yahoo no consideraba que esto fuera destacable y solo pinchando en ‘Más noticias’ se podía encontrar algo relativo a los “funcionarios que mantenían relaciones sexuales consentidas con presas a cambio de favores”. Sentí náuseas.

Al día siguiente, compré el diario “Público”, buscando una información fiable ya que, al no admitir anuncios de prostitución, esperaba que fuera sensible y respetuoso con las mujeres a diferencia del resto de la prensa diaria española. Me decepcionó, y espero que rectifique, porque si no lo hace no podré comprarlo más.

Mientras tanto, no quiero quedarme solo con la herida de las palabras que violentan lo femenino libre y el sentido común más elemental. No quiero acostumbrarme a los usos de la lengua que encubren la violencia masculina. Quiero desmenuzarlos para que no se quede escondido en ellos el veneno que contienen. Quiero abrir las preguntas que me surgen para pensar con otras y otros sobre esa violencia brutal contra las mujeres que se sigue manteniendo en todos los rincones de la sociedad y que los medios de comunicación, seguramente por miedo, empiezan a convertir en banal.

Busqué la noticia en la portada del diario y encontré solo un pequeño recuadro en el que decía: “Cesados los jefes de la cárcel de mujeres por permitir juergas” ¿Qué significado le da el periódico a la palabra juerga, en el contexto de una cárcel de mujeres en la que los funcionarios, al parecer, violan a las presas?”

Sentí una indignación que no podía soportar y comprobé que en las páginas centrales, ampliaban la información de forma todavía más lamentable: “Interior investiga juergas en una cárcel de mujeres” ¿El Ministerio del Interior investiga aquí sobre juergas o sobre violencia machista de los funcionarios contra las presas? A continuación dice: “Instituciones Penitenciarias destapa varias irregularidades en una prisión de Madrid” ¿Son irregularidades o delitos?

Cuando narra lo ocurrido, habla de que “Las pesquisas que han destapado el escándalo se iniciaron después de que una funcionaria denunciase a un compañero el 4 de enero, ahora expedientado, al que vio el día de fin de año, presentando signos de haber bebido, junto a dos presas y otra funcionaria, bebiendo y brindando”. Aparte de que no se dice nada sobre las dificultades que habrá tenido la denunciante en estos tres meses, pues solo después de hacerse público otro caso ha prosperado su denuncia, ¿Qué quiere decir aquí “junto a dos presas”? ¿Y acaso la “otra funcionaria” era la única cómplice en un caso en el que , por ahora todos los destituidos son hombres o es que interesa recalcar que las mujeres también son violentas?

Después, prosigue: “Varios funcionarios detallaron numerosas irregularidades más, desde el robo de comida en la cocina a relaciones sexuales consentidas a cambio de favores, pasando por siestas en plena jornada laboral” ¿Qué significa aquí ‘consentidas a cambio de favores’? ¿Es posible hablar de consentimiento en una situación de subordinación como esta, en la que los favores se obtienen así? ¿Es comparable que los funcionarios roben comida o duerman la siesta con que ejerzan violencia sexual contra las presas? Más adelante continúa: “Otro funcionario, el segundo sancionado, abrió una noche a primeros de abril la celda en que pernoctaban dos internas y compartió varias horas con ellas” ¿Qué pinta aquí un verbo tan precioso como compartir, en vez de decir que las sometió varias horas con violencia?

En otro momento dice que: “Un funcionario montó una ‘fiesta’ nocturna en una celda con dos reclusas” ¿Es una fiesta para las reclusas que un funcionario abuse de ellas por su posición de poder sobre ellas? Por otra parte, según ha comunicado oficialmente Instituciones Penitenciarias, el motivo de las destituciones de algunos funcionarios, que se han producido al salir a la luz el escándalo, es el “comportamiento inaceptable” de esos funcionarios y de la “incapacidad para hacer frente a la situación del director y el subdirector de la cárcel. ¿La violación de derechos de las reclusas solo es un comportamiento inaceptable? ¿Alegar la incapacidad de los responsables les exime de algo?

No tranquiliza nada saber que la investigación sigue abierta para aclarar, también según fuentes de Instituciones Penitenciarias, “si algunos funcionarios pudieron mantener relaciones sexuales consentidas con varias internas”. La palabra consentimiento sobra aquí y siempre que una mujer esté en prisión y dependa de “los favores” del carcelero violador. Igual que ocurre en la prostitución, que nunca es consentida ni voluntaria, porque la mujer prostituida depende de ‘los favores’ del prostituidor. Relacionarse libremente es otra cosa, que nadie se equivoque.

Muchas dudas y alguna sospecha

GABRIELA CAÑAS 30/04/2010 EL PAIS

Cuanto más escucho y reflexiono sobre el debate abierto en España por el uso del hiyab en un instituto público de Madrid, más dudas albergo. De momento, me pesan más los argumentos a favor de poner coto en las aulas públicas a esta prenda, pero este artículo trata de compartir argumentos, más que de encender mechas que no conduzcan a ninguna parte.

Najwa Malha era hasta hace un par de semanas una joven de origen marroquí completamente anónima que lleva años estudiando en el instituto público Camilo José Cela de Pozuelo de Alarcón. A mitad de curso y a punto de acabar la secundaria, la joven, que cumplía la norma del centro de no cubrirse la cabeza (impuesta con la idea de evitar la identificación entre bandas gracias a las gorras), decide usar el hiyab en clase contraviniendo la disciplina escolar. El centro le llama la atención y la aparta de clase. El entorno de la alumna, entonces, acude a los medios y convierte a una menor de edad (dato relevante en este suceso), en protagonista de una noticia de alcance nacional.

Prosigamos con los hechos. Los padres de varias alumnas que usan hiyab, incluido el padre de Najwa, declaran a los periodistas que éstas optan por esta prenda libremente. Algunos incluso comparan el gusto por el hiyab con un capricho o un mero acto de rebeldía adolescente. Si es así, ¿por qué debería permitirlo el centro que tiene reglas sobre la forma de vestir del alumnado? ¿Por qué tiene más derecho la niña del pañuelo a vulnerar las normas que el chaval que adora la gorra? ¿Y por qué la familia y su entorno (asociaciones islámicas incluidas) han convertido en una causa importante esta reivindicación aun poniendo en riesgo los estudios y la imagen de la joven?

Este asunto levanta pasiones porque el hiyab no es comparable a una gorra, pues en tal caso nadie le dedicaría la menor atención. Los padres (cristianos, judíos, musulmanes) suelen dirimir tales caprichos en la intimidad familiar. La cuestión es que el hiyab informa acerca de la identidad y las creencias religiosas de unas menores. Es una prenda que tiene su origen en los textos sagrados, que aluden a ella como símbolo de sometimiento al varón, y que marca sólo a las niñas (nunca a los niños), especialmente cuando adquieren su plena capacidad reproductiva. ¿Qué hay de malo en ello?, se argumenta. ¿A quién hacen daño esas niñas veladas? En principio, a nadie. Yo tuve que usar velo en misa cuando de pequeña iba a un colegio de monjas. Eso tampoco hacía daño a nadie. Ahora siento que fui sometida a una costumbre de connotaciones religiosas y machistas que considero injusta, además de ridícula e incómoda.

Se alega que se debe garantizar el derecho a la educación de la joven, pero nadie se lo está negando. Sólo se le está pidiendo que, en clase, cumpla las normas como el resto. En la escuela, los niños y jóvenes aprenden, además de matemáticas, a madrugar, a cumplir horarios, a pedir permiso para ir al servicio y a socializarse evitando determinadas prendas. Forma parte de la enseñanza. Muchos docentes creen, incluso, que cuanto más homogénea sea la vestimenta, menos conflictos hay en las aulas. Las señas de identidad políticas, religiosas o de bandas no fomentan el debate, sino que suelen enconarlo.

La libertad religiosa de Najwa y su familia también está garantizada. O debe estarlo. Nadie les niega el derecho a profesar su credo y a usar el hiyab; salvo que éste lo lleven a clase.

Percibo en todo este debate un cierto sentimiento de culpa hacia otras culturas. Es cierto que nuestro pasado colonialista y nuestro presente xenófobo no son las mejores cartas credenciales, pero nos hemos dotado de leyes y pautas de convivencia que han profundizado en la laicidad del Estado y, sobre todo, en la liberación femenina.

Es chocante tanta timidez a la hora de pedir que en nuestro suelo, se acaten nuestros principios. La igualdad es uno de ellos. Así que resulta difícil explicarle a Najwa que apoyamos la igualdad mientras hacemos excepciones con ella con una prenda que la marca de manera inequívoca y discriminatoria en la escuela pública. Dudo de la conveniencia de imponer una forma de vestir a mujeres adultas, pero en menores de edad y en centros públicos deberíamos ser capaces de predicar con el ejemplo.

Hay quien se escandaliza por defender una prohibición, pero estamos rodeados de ellas. No se nos permite, por ejemplo, provocar un escándalo en la vía pública a las tres de la mañana y nadie llama a la rebelión por ello en nombre de las libertades individuales.

¿Quiere esto decir que hay que regular el hiyab en las escuelas públicas? ¿Incluso prohibirlo? A lo mejor sí. Pero si, tras una reflexión serena, se decidiera en tal sentido, entonces, con carácter previo, reformemos la Ley de Libertad Religiosa y revisemos el acuerdo con la Santa Sede, profundicemos en la laicidad y pongamos coto a tanta ostentación de símbolos católicos en nuestra vida oficial y pública. Símbolos de una creencia religiosa, por cierto, que como la musulmana favorece tan escandalosamente la discriminación de la mujer. No es de extrañar que hasta la Conferencia Episcopal haya defendido el hiyab.

Por todo ello, frente a la defensa de la total tolerancia al velo, me surgen tantas dudas y me asalta la sospecha.

¿Quién piensa en las jóvenes?

FERNANDO VALLESPÍN 30/04/2010 EL PAIS

El debate sobre el velo islámico se ha asentado con profundidad en nuestro país a raíz del caso de la joven de Pozuelo, Najwa Malha. Y lo ha hecho manifestando con claridad el predominio de una actitud contraria al mismo, al menos en lo que concierne a su uso en la escuela o institutos. Así se puede apreciar en las encuestas espontáneas aparecidas en algunas páginas web de medios de comunicación o por el tenor de las muchas discusiones públicas habidas. En ellas se percibe con claridad algunas reacciones que no dejan de ser sorprendentes.

Una primera es que un importante sector de la derecha mediática ha aprovechado el caso para llamar a rebato contra la "tolerancia multicultural" en nombre de nuestros valores constitucionales, esos grandes principios que está destinada a defender esa asignatura tan vilipendiada por todos ellos, "Educación para la ciudadanía". Los valores fundamentales que dicha asignatura debe impartir se utilizan ahora como munición para la exclusión del hiyab. Hay que dar la bienvenida a esta conversión tardía en la necesidad de que dichos valores prendan de forma más eficaz en la sociedad.

Otra cosa es ya que en su nombre se comience una verdadera cruzada contra la posibilidad de aceptar prácticas, como esta del velo, que están lejos de ser claras desde una sensata aplicación de los mismos. Si la asignatura antes mencionada tiene algún sentido es, precisamente, porque no siempre se objetivan nuestros valores y principios en negro sobre blanco. Su aplicación depende de una multiplicidad de factores que hacen que surjan continuamente "casos difíciles", como éste del hiyab, y es importante que así se traslade a la discusión pública.

La principal dificultad de este caso deriva de la necesidad de compatibilizar valores que no se dejan reconciliar fácilmente. Por un lado los identitarios/religiosos de las minorías islámicas, y por otro, los seculares del Estado de derecho liberal, entre los cuales está, no lo olvidemos, el principio de tolerancia. Una gran parte del debate se ha centrado en esta dimensión del problema, pero en el camino hemos perdido de vista dos dimensiones que me parece adecuado resaltar.

La primera es de orden pragmático, y se concreta en la necesidad de atender a las consecuencias de diverso tipo derivadas de una aplicación estricta de los valores de nuestra cultura pública. En este caso, una prohibición del velo en las escuelas u otros lugares públicos puede tener el efecto no deseado de reforzar la diferencia de grupos con los que inevitablemente vamos a tener que convivir. Si lo que deseamos es una integración no problemática de minorías islámicas o de otras culturas, hemos de abrirnos a un mayor entendimiento mutuo mediante la tolerancia de toda seña de identidad que no ponga en cuestión el fundamento de nuestros principios básicos.

La segunda dimensión apunta más bien a una forma diferente de contemplar las decisiones moralmente relevantes en este caso. Entre tanta polvareda de principios de unos y otros, suele perderse de vista a la parte más débil, a las niñas o jóvenes concretas, con nombres y apellidos, que se ven zarandeadas entre dos fuerzas contradictorias. De un lado, por la imposición del velo por parte de la familia; de otro, por la cultura pública del Estado liberal-democrático, que tiende a verlo, como ocurre ahora mayoritariamente en España, como una vulneración del principio de aconfesionalidad del Estado, cuando no como la negación de la igualdad de la mujer. Unos les ponen el velo y otros se lo quitan. Pero son ellas, no el mullah, el grupo cultural o religioso, o la familia quienes se ven expuestas en su vida cotidiana a las tensiones derivadas del enfrentamiento entre cosmovisiones distintas. Sobre ellas se libra la batalla cultural en la afirmación de unos u otros principios, unas u otras formas de vida. Y ellas son las que lo sufren en carne propia. Éste es un dato que "nosotros", los más fuertes en esta situación, no podemos olvidar.

Por seguir la sugerencia de Carol Gilligan, psicóloga experta en el desarrollo de la conciencia moral, hay muchas situaciones en las que hemos de prestar atención a consideraciones de "ética del cuidado". Por tal entiende una actitud ética preocupada por las consecuencias sobre personas concretas de nuestras normas generales, por poner el acento sobre la satisfacción de las necesidades del otro y la diversidad que siempre anida en toda sociedad. En suma, por evitar que las normas abstractas de nuestros códigos éticos puedan acabar dañando a quienes no encajan en las supuestas normas dominantes.

lunes, 3 de mayo de 2010

"Sólo cuando llevas el velo los hombres te respetan".

"No podemos ir 'apretás' ni provocativas"

El alumnado multicultural de Ceuta convive pacíficamente con las formas de vestir de cada uno - Nueve chicas de un instituto cuentan su caso

LUIS GÓMEZ - Ceuta - 02/05/2010 El Pais

Las nueve estudiantes musulmanas del instituto Almina de Ceuta posan relajadas para la foto. Todas menos una son menores de edad. Hablan abiertamente de su relación con el hiyab. Cuatro de ellas decidieron no hace mucho ponérselo, conscientes de que es una decisión para toda la vida. El resto lo hará más o menos pronto. Alguna tiene incluso la fecha ya fijada: en septiembre, cuando comience el bachillerato.

Ceuta (como Melilla) es un laboratorio sobe convivencia entre cristianos y musulmanes, aseguran los expertos. En materia educativa, no hay duda: el 56% del alumnado es musulmán, porcentaje que aumenta en primaria por el mayor índice de natalidad. En Ceuta hay el mismo número (14) de profesores de religión católica que de islam, asegura Aquilino Melgar, delegado provincial de Educación. El Instituto público Almina es una muestra de ello: cuenta con 900 alumnos, el 60% musulmanes. No hay crucifijos ni otros símbolos. El único detalle de carácter religioso en sus aulas es precisamente la presencia de adolescentes con velo. Según su director, no serán más de 30 las chicas que lo usen.

Las chicas que asisten a clase de religión y cultura son las más propensas a llevar algún día dicha prenda. Son adolescentes que declaran abiertamente su religiosidad. Una veintena de esas alumnas ha acudido a la biblioteca del centro para ser entrevistadas. Entre risas y bromas, manifiestan sus ideas. Tienen entre 14 y 16 años la mayoría de ellas. Siete de ellas usan ya el hiyab.

Todas están al tanto de lo sucedido hace unos días en un colegio de Madrid, y una mayoría parece que ha visto en televisión un debate del programa La Noria (Telecinco). Están indignadas porque se manifieste rotundamente que las chicas son obligadas a ponerse el velo. "Somos nosotras las que decidimos cuándo nos lo ponemos", expresa la más locuaz. Preguntadas una a una, todas declaran sin tapujos cuál es su situación. La casuística es muy variada, cada una elige una fecha por diferente motivo (a la misma edad que se lo puso su madre, a la misma edad de su hermana mayor, cuando aprobó segundo de ESO, cuando empiece bachillerato, cuando se comprometa sentimentalmente, cuando se case...) y todas parecen conscientes de las renuncias que acarrea una decisión de ese tipo: no podrán usar ropa de marca, ni prendas ajustadas -"No podemos ir apretás ni provocativas", explica Sukaima-, no volverán a usar el biquini en la playa, no irán a discotecas.

Donde la respuesta es casi unánime es respecto a un futuro con velo. Todas lo llevarán. Lo asumen con aparente naturalidad. Explican que las convierte en mujeres más respetadas y más responsables. Entienden que hay una relación directa. No hay dudas en su discurso. No hay tristeza en sus palabras.

Sólo tres casos se salen de la media. Una chica de 14 años, que duda de que se lo vaya a poner. No recibe ninguna crítica de sus compañeras. Otra, lo tuvo durante dos años y ahora se lo ha quitado. Dice que no se sentía segura de tener que llevarlo para siempre. Finalmente, una de las chicas (con pañuelo durante la entrevista) reconoce que se lo quita y se lo pone a conveniencia. De las nueve que aceptan fotografiarse, cuatro llevan hiyab. Otras lo llevarán.

El asunto no suscita ningún conflicto en Ceuta. Es una prenda natural en sus calles. No hay prohibiciones al respecto. No, desde luego, en ningún colegio e instituto público. El último episodio de conflicto en este terreno data de 2008 en un colegio concertado (Severo Ochoa) con dos alumnas, caso que se resolvió en un par de días cuando el consejo escolar aceptó la decisión de las muchachas. Se calcula que apenas un 9% del alumnado musulmán acude a los seis colegios concertados de Ceuta, dos de ellos de ideología católica, San Agustín y Santa María Micaela. En el segundo, con un 30% de alumnos musulmanes, no ha habido casos de chicas con velo. "De hacerlo alguna", dice su directora, "el caso se estudiará". El sistema educativo se ha adaptado a la sociología: "De hecho, aunque las fiestas musulmanas no figuran en el calendario oficial, se respetan en los colegios. Procuramos no poner exámenes en esas fechas", explica un profesor.

Termina la foto. Las chicas dan sus nombres. Nariz (16 años), Ikram (15), Sukaima (18), Hanan (15), Saima (15), Chaima (17), Miriam (15), Butaina (16), Mariam (15) y Nisrin (14). Al final, una de ellas trata de convencer al periodista sobre una última ventaja del velo: "¿Sabes? Sólo cuando llevas el velo los hombres te respetan".

Religiosidad o imposición.


Mujeres musulmanas explican por qué llevan o rechazan el 'hiyab' en España

LOLA GALÁN - Madrid - 02/05/2010 El Pais

"Soy huérfana y viuda, y no hay hombres que me lo impongan. Es un deseo mío. ¿Por qué no voy a llevar un velo que me distingue como mujer musulmana?". Halima Tenani, marroquí de 41 años, instalada en España desde hace 15, viste unos pantalones blancos y una camisola amplia, y se cubre el pelo con un velo de seda azul. Un pañuelo colocado con extremo cuidado y ajustado al cuello con alfileres. El velo es el velo, pero no la mediatiza, asegura, ni dice nada especial de ella, salvo proclamar que es una mujer musulmana. "No hay que llevar más lejos las cosas", dice.

"Yo lo hago todo con el velo puesto, lo que pasa es que a la gente le choca. Pero es nuestro derecho". Halima se queja del estereotipo. "Cuando te ven con el velo piensan: terrorista, sumisa, peligrosa, y eso es una etiqueta errónea. Somos libres".

Halima no tiene demasiadas quejas del país de adopción. Su hijo recibe atención psicológica desde la muerte repentina del padre, y, a petición del psicólogo, los servicios sociales de la Comunidad de Madrid le envían una auxiliar dos horas a la semana para que cuide del niño mientras ella va a clases de inglés.

Otra cosa es ver esa mirada de desconfianza en algunas personas. "No sé por qué en España no aceptan mujeres con velo. Es una discriminación. Tenemos derecho a formación, a trabajar, el velo no perjudica a nadie", insiste ella. "La Constitución deja claro que tenemos derecho a llevarlo". No es que Halima se considere muy religiosa. Su nombre sí lo es. "Halima", explica, "era la mujer que amamantó al profeta. Y significa bondad".

Halima cuenta que a su hijo le puso de nombre Ismael, "porque no quería que tuviera problemas con la pronunciación. Muchos hombres se llaman Ismael en España". Y su hijo es una parte esencial de su vida. Por eso, Halima se quita el hiyab cuando participa en actos de la escuela de Ismael. "Los niños me piden que me lo quite, quieren verme como antes". Antes, ella llevaba la cabeza descubierta porque, cuenta, sus empleadores no le daban trabajo de otra manera. "He sido cajera en supermercados y teleoperadora. Y te lo dejaban muy claro, con velo no hay contrato".

Ahora, desde 2007 para ser exactos, la asociación que vela por los inmigrantes marroquíes en España, ATIME, le ha proporcionado un empleo en el que puede lucir, orgullosa, su colección de velos. "Siempre me ha gustado vestir bien. Tengo velos de diferentes colores. Visto ropa cómoda".

A simple vista, Halima es la imagen opuesta de la chica que le acompaña a la cita, Ouassima Baitar, de 27 años, que luce una brillante melena castaña. ¿Son la cara y la cruz de un modelo, el de la mujer musulmana fuera de su hábitat? Ouassima habla en su vacilante español, y enseguida queda claro que eso no es así. Que una y otra tienen el mismo discurso. "Porque no lleve velo no soy menos musulmana", dice Ouassima, "un día, cuando mis circunstancias lo permitan, lo voy a llevar, porque el velo es muy bonito".

Ouassima vive con su marido y una hija de dos años en una zona del norte de Madrid. Llegó hace cinco años, y encontró trabajo. Luego, tuvo que dejarlo para ocuparse de su bebé. "Pero mi marido me ayuda mucho. Es un señor muy abierto. Estoy muy feliz con él. No es como piensa la mayoría de la gente de los hombres marroquíes, que obligan a las mujeres a ponerse velo, que no las dejan salir". Ella conoció a su marido, 12 años mayor, a través de las familias de ambos, en Marruecos. Ouassima se declara satisfecha de su vida en España. "Ahora tengo guardería para mi niña. Pero sólo salen empleos por la tarde". Es hija única, y cuenta que su madre, allá en Marruecos, ha llevado siempre velo. "Pero allí la gente es muy abierta. En la familia de mi marido unas llevan pañuelo y otras no. Todo muy liberal".

A los 50 años, Saida Boudaghia, parece tener la vida resuelta. Sus tres hijos son mayores, y su marido y ella tienen buenos empleos. Pero como Halima y Ouassima pasó sus dificultades económicas y de adaptación en España. Llegó a finales de los años setenta. Al principio, sin residencia estable. "Más tarde, cuando se impuso el visado a los marroquíes, optamos por instalarnos en España", cuenta. Como Halima y Ouassima, es musulmana creyente y procede del norte de Marruecos. Pero Saida, periodista, vicepresidenta de la fundación Centro de Estudios Hispano-Marroquí, no ha llevado el velo en su vida. "Me he criado en un ambiente muy abierto. Llevaba pantalones y minifalda". Su cabeza desnuda, ¿dice algo de ella? Saida no lo tiene muy claro. "El velo es un símbolo social y cultural, que refleja el peso de la tradición abrazada por las sociedades musulmanas. Yo lo respeto totalmente. Las mujeres que optan por llevarlo por convicción son respetables. Pero también es cierto que la sociedad musulmana lo pide. Tiene un canon, un modelo de mujer que no quieren cambiar".

A Saida, que se ha ocupado durante años de mujeres inmigrantes en España, y ahora vive a caballo entre Madrid y Rabat, le gustaría que las reivindicaciones de las musulmanas, "fueran más allá del velo". "Hay mucha ignorancia todavía. Habría que estimular a las mujeres y apoyarlas para que tengan más acceso a la educación y a la cultura", dice. Recuerda lo difícil que era animar a las chicas musulmanas a que acudieran a las clases que impartía la asociación para la que trabajaba en Madrid. Al principio asistían una veintena. Al final no iba ninguna.

Saida Boudaghia lleva una melena corta. Viste pantalón de raso negro y una camisola blanca, con un fular al cuello. Habla despacio y su voz se pierde, a veces, entre los ruidos de la cafetería donde conversamos. Es consciente de que cada vez hay más mujeres musulmanas con velo. En España y en Marruecos. Y muchas veces son chicas cultivadas. "Hasta los años ochenta las chicas que llevaban el velo en las universidades marroquíes se contaban con los dedos de la mano. Hoy lo llevan casi un 70%. Se nota que hay una influencia general, un fenómeno de imitación, como ocurre con todas las modas. Pero también hay otras dos razones, el deseo de reafirmar su identidad musulmana, y la presión que soportan por parte de una sociedad, la musulmana, totalmente patriarcal".

Saida asegura que el islam invita a las mujeres a educarse, a conocer. "Pero hasta ahora el Corán ha sido interpretado por los hombres. Por fortuna, actualmente las mujeres musulmanas de todo el mundo se están organizando y ya empiezan a interpretar el Corán y los Hadices desde el prisma femenino". Y ya que hablamos del Corán, el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Waleed Saleh, asegura que no ordena a las mujeres cubrirse con el velo. Waleed aborda el tema en el libro Amor, sexualidad y matrimonio en el Islam, que publica Ediciones Oriente y Mediterráneo.

Aunque el Corán lo exigiera, no parece sensato aplicar al pie de la letra un libro fruto de otra época, por sagrado que sea. "El Corán no es un texto estático y debería de alguna manera adaptarse a los tiempos", reconoce Saleh por correo electrónico. "En cierta medida se puede apreciar que los primeros musulmanes fueron más flexibles que muchos clérigos de nuestro tiempo. Los musulmanes siguen estando muy apegados a su religión por muchas razones: históricas, políticas... Gran número de países del mundo han conseguido separar estado y religión (Turquía país de mayoría musulmana entre ellos). Es una asignatura pendiente para los países musulmanes", responde Saleh.

Y mientras lo siga siendo, las mujeres se verán obligadas a adaptarse a las circunstancias. "Las chicas no renuncian a su vida social, ni al espacio público, pero se ponen el hiyab en todas partes, porque esa sociedad no las respeta sin velo", dice Saida.

"Responden así a las exigencias de la sociedad patriarcal. Es como si dijeran: '¿Queréis velo, pues me lo pongo?'. Pero no renuncian a estudiar, a trabajar, a ir a conciertos de música. Por eso se habla ahora de una especie de islam light, que impone el velo pero no impide que vayan maquilladas y con vaqueros". La presión aumenta considerablemente cuando el grupo musulmán vive en el extranjero, en medio de una sociedad casi inevitablemente hostil. Y la voz del grupo, dice Saida, es una voz potente en las sociedades musulmanas. "Algunas mujeres, aunque no quieran llevarlo porque viven en otro contexto, se sienten presionadas a ponerse el velo, porque así lo decide el grupo social al que pertenecen".

El profesor Saleh dice lo mismo de otro modo: "Hay casos de padres y hermanos que imponen el hiyab a las mujeres de la casa. Pero también hay casos en que la mujer se lo pone por decisión propia y voluntaria". Saleh cita el ejemplo del canal de televisión Aljazeera que quería presentarse al mundo como un paradigma de modernidad y prohibió a las mujeres llevar velo ante las cámaras. Una de las presentadoras se negó a aceptar ese veto. Demandó al canal y ganó el juicio. "Ahora es la única mujer que aparece cara al público con pañuelo".

la libertad actual de las mujeres se ha construido al abolir tales marcas.


Miércoles, 28 de abril de 2010 / Amelia Valcarcel*

Madrid, 28 abr. 10. AmecoPress.- Hasta hace poco el conocimiento que teníamos del multiculturalismo se reducía a la oferta gastronómica. Muchos de nosotros somos multiculturalistas activos por la parte del estómago. Nos gusta comer hindú, chino, marroquí, griego, tai y amerindio.

Como alrededor de una mesa bien provista la gente tiende a entenderse, podemos llegar a pensar que la democracia es también esa gran mesa donde se sirven sin tasa derechos, libertades y oportunidades. Pero resulta que hay códigos alimentarios distintos y también gentes que rechazan algunos de los platos morales y políticos de la democracia.

Si esa pañoleta es un signo religioso, está de más en un espacio público

El multiculturalismo es una ideología ampliamente aceptada. Procede del elogio de la diferencia. Su fondo es que cada uno y cada grupo posee características propias que enriquecen al conjunto.

Por lo mismo no cabe impedir ninguna de ellas. Como a la vez nuestra ontología actual es individualista, a este aceptar todo sólo le ponemos una condición: que nadie sea obligado a hacer algo que no desee. Pero si una práctica no compartida cuenta con el asentimiento de quien la realiza se supone que debemos darla por buena.

Una niña quiere ponerse velo para estar en su casa. A nadie se le ocurriría afeárselo. Lo privado es privado. Cada quien en su privacidad es monarca. También quiere usarlo para ir por la calle. Consecuencia: la ciudad presentará más variedad cosmopolita. Para ir a la escuela. Aparece el límite y se produce el problema.

Se supone que la educación prima; es un derecho constitucional. Y existe además un implícito: que se eduque la niña con pañoleta para que luego pueda quitársela si quiere. Lo segundo es, como poco, impredecible. Lo primero una incongruencia con otros principios igualmente respetables en nuestra convivencia. Si esa pañoleta es un signo religioso, está de más en un espacio público.

Porque las religiones son incompatibles surgió la primera forma de la idea de tolerancia. Holanda en el siglo XVII consagró el principio de que "cada ciudadano debe ser libre de observar su religión y que nadie puede ser molestado o interrogado por causa de su culto". Esto es, el Estado se hacía superior a las religiones y las declaraba privadas. El Estado aseguraba que las haría convivir sin que entre ellas se agredieran; en espacios distintos, naturalmente. Impedía el fundamentalismo.

Porque no es fundamentalismo creer mucho y con gran vehemencia lo que uno crea, sino pensar que la religión es una verdad tan perfecta que debe organizar el mundo completo, incluida la política. Es más, que la religión es mejor, de más calidad que cualquier otro espacio común. El fundamentalismo quiere organizar toda vida y convivencia.

La democracia ha ido inventando y trazando una larga serie de normas y valores comunes que son obligados para mantener la eficiencia y el civismo. La educación, que es deber del Estado proporcionar y derecho de todo ciudadano y ciudadana adquirir, también es en los últimos tiempos una obligación: las familias pueden ser vigiladas por el Estado para que cumplan con ella, hasta el punto de que a quienes no escolarizaran a sus hijos, incluso se les podría quitar nada menos que la tutela de ellos. Ni algo tan fuerte como que mis hijos son mis hijos está fuera del alcance de esa instancia común y los poderes que le hemos dado.

Como el Estado no apoya a ninguna religión, sino que las protege a todas, en sus espacios, los públicos, incluidos los educativos, no debe haber signos religiosos. Nos parecería raro y hasta enfermo que un alumno insistiera en portar un crucifijo -de tamaño, pongamos, de una cabeza humana-, posarlo en su pupitre y procesionarlo durante los recreos. Puede hacer eso, si lo tiene por gusto, en privado, o en su templo. Los espacios definidos como públicos, en los que por ende se transmiten los valores que hacen posible la convivencia plural, no deben ser espacios de contienda. El Estado tiene, por deber de tolerancia, la obligación de mantenerlos libres de prácticas sectarias.

Pero si esa pañoleta es además una marca sobre la moral particular que deben seguir las mujeres, una marca a su vez privativa de unas creencias particulares, está fuera de cuestión darle legitimidad. La igualdad entre los sexos es principio constitucional de la mayor envergadura. No se tolerará la discriminación contra las mujeres. ¡Pero la niña quiere serlo! Su padre también acuerda. Y su comunidad de encuadre. Su religión y su cultura le marcan un papel porque es mujer, con el que ella y los suyos están de acuerdo. Ella es un ser con deberes especiales, la decencia sexual y la obediencia que significa de ese modo.

Pues bien, podemos ir a comer la comida del vecino, pero difícilmente podemos creer, de vez en cuando, lo que cree el vecino; aquí no hay caso de alegría por la diferencia. Cuanto más que la libertad actual de las mujeres se ha construido al abolir tales marcas.

En fin, la libertad individual no es ni puede ser el fundamento para una conducta que se tuvo que abandonar a fin de construirla; en nuestro caso la libertad ha sido la consecuencia del rechazo de ese injusto y arcaico orden.

* Catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED y miembro del Consejo de Estado.