SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ 27/09/2009
Lo primero que harán los 27 jefes de Gobierno de la Unión Europea, en cuanto Irlanda ratifique el Tratado de Lisboa, será negociar el nombramiento del primer presidente de la UE, el primer "Mr. Europa", que represente a la Unión en los foros internacionales... ¿Pero, por qué hablamos de "un presidente" y un "Mr. Europa" y no de "una presidenta" o una "Ms. Europa"? ¿Por qué los medios de comunicación hablan del británico Tony Blair, el español Felipe González o el luxemburgués Jean Claude Juncker, entre otros posibles candidatos, y nadie alude a la irlandesa Mary Robinson, la sueca Margot Wallström o a la presidenta de Finlandia, Tarja Halonen, tan capacitadas como ellos para ocupar el puesto?
De hecho, si se miran bien las cosas, ningún candidato es mejor que la irlandesa Mary Robinson, ex presidenta de su país de 1990 a 1997 y ex comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (1997-2002). Desde luego, no es mejor candidato Tony Blair, por mucho que esté haciendo una intensa campaña en las principales cancillerías de la UE para lograr el puesto. Blair fue un primer ministro que, en el mejor de los casos, fue engañado sobre la capacidad nuclear del régimen de Sadam Husein y, en el peor, ocultó la realidad a sus compatriotas para poder seguir apoyando la guerra de Irak y la política de Bush. ¿Por qué deberíamos ahora olvidar esa parte tan importante de su biografía y darle nuestro apoyo para que nos represente en el mundo? Europa no se parece, ni pretende parecerse, a Blair. Para colmo, el ex primer ministro representa a un país, el Reino Unido, que siempre se ha distinguido por poner palos en las ruedas de todo proceso de integración europea que no sea estrictamente comercial, y, además, en los últimos años, ha demostrado muy poco entusiasmo en su desempeño internacional como enviado especial para Oriente Próximo.
Es cierto que Irlanda es el país que más ha comprometido el futuro de la UE, con su inicial negativa a respaldar el Tratado de Lisboa, pero también lo es que Irlanda aprobó su adhesión a la CE, en 1973, por más del 80% de los votos y que su maravillosa transformación se ha realizado bajo el paraguas europeo. Y, por encima de todo, está la personalidad de la propia Mary Robinson, que consiguió, en los cinco años en los que fue Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el respeto de la mayoría de los países del mundo.
Robinson no pudo desempeñar un segundo periodo en la ONU por la animadversión del Gobierno de Bush, al que criticó duramente por el trato que daba a los prisioneros talibanes, tanto en Guantánamo como en otras bases norteamericanas. La ex presidenta irlandesa, una de las pocas voces que criticó también a Rusia, por su sangrienta represión en Chechenia, advirtió desde el primer momento que la respuesta occidental a los ataques terroristas podría socavar la protección de los derechos humanos en todo el mundo. Alguien podría alegar que esas malas relaciones con Estados Unidos dificultarían su papel como presidenta europea, pero, afortunadamente, los tiempos han cambiado y Robinson se encontró entre las primeras personas a las que Barak Obama condecoró con la Medalla de la Libertad, la máxima distinción civil norteamericana.
Robinson daría una imagen poderosa y atractiva de Europa, incluso para los propios europeos, especialmente para los más jóvenes, interesados en su experiencia humanitaria y su reconocido trabajo en ONG. Una mujer así, de 65 años, con formidable experiencia internacional, carácter y fama de integridad personal, sería capaz de dejar una magnífica impronta en un puesto, la presidencia de Europa, que está mal diseñado y que tiene un contenido y unas competencias muy ambiguas. En cualquier caso, nunca sería peor que Tony Blair, Jean Claude Juncker, Felipe González, Bertie Ahern, Wolfgang Schüssel, Guy Verhofstadt, Paavo Lipponen, Carl Bildt, Poul Rasmussen, Jan Peter Balkenende..., es decir que todos los otros posibles candidatos varones.
© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200
Lo primero que harán los 27 jefes de Gobierno de la Unión Europea, en cuanto Irlanda ratifique el Tratado de Lisboa, será negociar el nombramiento del primer presidente de la UE, el primer "Mr. Europa", que represente a la Unión en los foros internacionales... ¿Pero, por qué hablamos de "un presidente" y un "Mr. Europa" y no de "una presidenta" o una "Ms. Europa"? ¿Por qué los medios de comunicación hablan del británico Tony Blair, el español Felipe González o el luxemburgués Jean Claude Juncker, entre otros posibles candidatos, y nadie alude a la irlandesa Mary Robinson, la sueca Margot Wallström o a la presidenta de Finlandia, Tarja Halonen, tan capacitadas como ellos para ocupar el puesto?
De hecho, si se miran bien las cosas, ningún candidato es mejor que la irlandesa Mary Robinson, ex presidenta de su país de 1990 a 1997 y ex comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (1997-2002). Desde luego, no es mejor candidato Tony Blair, por mucho que esté haciendo una intensa campaña en las principales cancillerías de la UE para lograr el puesto. Blair fue un primer ministro que, en el mejor de los casos, fue engañado sobre la capacidad nuclear del régimen de Sadam Husein y, en el peor, ocultó la realidad a sus compatriotas para poder seguir apoyando la guerra de Irak y la política de Bush. ¿Por qué deberíamos ahora olvidar esa parte tan importante de su biografía y darle nuestro apoyo para que nos represente en el mundo? Europa no se parece, ni pretende parecerse, a Blair. Para colmo, el ex primer ministro representa a un país, el Reino Unido, que siempre se ha distinguido por poner palos en las ruedas de todo proceso de integración europea que no sea estrictamente comercial, y, además, en los últimos años, ha demostrado muy poco entusiasmo en su desempeño internacional como enviado especial para Oriente Próximo.
Es cierto que Irlanda es el país que más ha comprometido el futuro de la UE, con su inicial negativa a respaldar el Tratado de Lisboa, pero también lo es que Irlanda aprobó su adhesión a la CE, en 1973, por más del 80% de los votos y que su maravillosa transformación se ha realizado bajo el paraguas europeo. Y, por encima de todo, está la personalidad de la propia Mary Robinson, que consiguió, en los cinco años en los que fue Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el respeto de la mayoría de los países del mundo.
Robinson no pudo desempeñar un segundo periodo en la ONU por la animadversión del Gobierno de Bush, al que criticó duramente por el trato que daba a los prisioneros talibanes, tanto en Guantánamo como en otras bases norteamericanas. La ex presidenta irlandesa, una de las pocas voces que criticó también a Rusia, por su sangrienta represión en Chechenia, advirtió desde el primer momento que la respuesta occidental a los ataques terroristas podría socavar la protección de los derechos humanos en todo el mundo. Alguien podría alegar que esas malas relaciones con Estados Unidos dificultarían su papel como presidenta europea, pero, afortunadamente, los tiempos han cambiado y Robinson se encontró entre las primeras personas a las que Barak Obama condecoró con la Medalla de la Libertad, la máxima distinción civil norteamericana.
Robinson daría una imagen poderosa y atractiva de Europa, incluso para los propios europeos, especialmente para los más jóvenes, interesados en su experiencia humanitaria y su reconocido trabajo en ONG. Una mujer así, de 65 años, con formidable experiencia internacional, carácter y fama de integridad personal, sería capaz de dejar una magnífica impronta en un puesto, la presidencia de Europa, que está mal diseñado y que tiene un contenido y unas competencias muy ambiguas. En cualquier caso, nunca sería peor que Tony Blair, Jean Claude Juncker, Felipe González, Bertie Ahern, Wolfgang Schüssel, Guy Verhofstadt, Paavo Lipponen, Carl Bildt, Poul Rasmussen, Jan Peter Balkenende..., es decir que todos los otros posibles candidatos varones.
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